A Ana le robaron la niñez (IX)

2020-10-14T17:02:06+01:0014/10/2020|

Ana acababa de enterrar a su hermano, lo mejor que tenía en esta vida. Salía del campo santo con toda la pena retenida, pues su hermano le hizo prometer que no lloraría, al contrario, que se iría a comer con sus amigos y lo recordaría y se reiría de todo lo bueno que pasaron juntos ellos dos y los amigos.

Cuando salían del cementerio, Ana le dijo a su madre que tenía que hablar con ella de algo importante sobre su hermano, el tío de Ana. Le contó todas las veces que su tío abuso de ella desde los 6 añitos. La madre de Ana se enfureció y le dijo que eso no era posible y además le culpó por no decírselo antes.

Ana le dio todas las explicaciones de por qué no se lo dijo antes y la contestación de su madre fue:

-Bueno, eso ya pasó, lo tienes que olvidar. No lo vas a denunciar ahora después de tanto tiempo.

Ana no esperaba nada más de su madre. Se despidió de esa persona que le era tan desconocida y fría en las relaciones madre e hija. De nada le habría servido gastar saliva y tiempo con esa mujer. Ana pensó: “que Dios le perdone, ya no es cosa mía, yo ya la he perdonado”.

Desde la muerte de su hermano, la vida no fue fácil para Ana, ya que sus amigos le dieron la espalda y hasta le negaban el saludo. Esos amigos que cuando necesitaban dinero iban a su casa a pedir y para sacarlos del apuro, de una manera u otra Ana y su hermano siempre les ayudaban.

Ana aprendió a vivir sola y, aunque fue muy duro, aprendió a salir adelante sin ningún tipo de ayuda. Llamó a su marido para que viniera al entierro y no quiso, después de un tiempo lo volvió a llamar para pedirle el divorcio, y él se negó. A Ana esto no le molestó, pues ella no pensaba casarse de nuevo.

Ana luchó por una nueva vida y un trabajo digno, pero no se lo pusieron fácil. Su jefe le propuso ser su amante, a lo que ella se negó rotundamente. Ella creía que se había evolucionado en este sentido en el tiempo que estuvo fuera del país, pero estaba equivocada. Ana tuvo que cambiar de trabajo.

Un día, llegó una carta de desahucio. Fue a hablar con un abogado y luchó por su casa. Al final lo consiguió, no pudieron echarla.

Poco tiempo después, su abuela sufrió de Alzheimer y ella cuidó de la abuela mientras vivió. Pero su dolor fue que la abuela al final murió en una residencia. Al poco tiempo, la madre de Ana también padeció Alzheimer, junto con un tío suyo. Era una plaga.

Ana cambió de ciudad y definitivamente se separó de su marido, que era una persona muy planificadora sobre el dinero. Por dinero era capaz de lo peor y solo el dinero le hacía vivir.

Su madre le confirmó que tenía Alzheimer y le pidió disculpas por el mal comportamiento que había tenido con ella y su hermano. La contestación de ANA fue:

-Perdón, para qué? Yo ya te perdoné hace muchos años, para mi tranquilidad y por qué no sé odiar, pero tú te has perdido el cariño y amor de una hija todos estos años. Me hubiera gustado tenerte cerca como las madres de mis amigas y poder conocernos más y contarnos nuestros sueños y anhelos en la vida. Seguro que estarías orgullosa de tu hija, a la que pusiste a trabajar a los 8 años, no la dejaste realizar sus sueños de ser una gran abogada o cantante o doctora. Solo me rompiste el alma, me destrozaste la vida y a pesar de todo me forme una vida y en mi camino conocí a gente maravillosa y aprendí todo lo que pude del mundo y de los seres humanos. También aprendí que mi sufrimiento no fue nada comparado con una guerra mundial y que siempre hay alguien peor que tú, por lo tanto, yo no puedo quejarme de mi vida.

Su madre no entendió nada de lo que Ana le quería decir. Muy seria, la miró y le dijo:

-Ana, si ya me has perdonado, cuando muera estaré en paz.

Y dicho esto, se echó a llorar desconsoladamente. Ana la consoló como pudo y cuando acabo de llorar, la madre le pidió a Ana 1000 pesetas para su viaje de vuelta, ya que no tenía ni cinco pesetas en el monedero. Pero lo curioso es que la madre llegó con cinco millones de pesetas, pero los puso en el banco y se quedó con cinco pesetas en el monedero. Ana le dio las 1000 pesetas y su madre le prometió que vendría a visitarla más a menudo y así lo hizo.

Un día la madre le pidió que se fuese con ella para cuidarla, pero Ana se negó. No podía dejar su trabajo y su casa, sabiendo lo inestable que era su madre y perderlo todo.

Ana le dijo que igual que ella le perdonó, ella se tenía que perdonar también y utilizar su dinero para su bienestar. La acompañó hasta un teléfono público y llamó a su marido, el cual estaba furioso, porque no le dijo dónde estaba ni con quien (aunque en el fondo él sabía que estaba con su hija). La insultó y amenazó con encerrarla. Ana cogió el teléfono y le pidió que parase de amenazarla e insultarla y si hasta entonces estaba callada, ya no callaría más, porque al fin y al cabo era su madre y le dio la vida y aunque no la quisiera la parió y mala o buena era la única que tenía de momento.

Conclusión: hasta aquí una parte de la historia de Ana. Su vida es mucho más extensa y con muchas más desagradables sorpresas, pero a veces no se puede contar todo para evitar ser reconocidos. Espero que lo entendáis y solo si quiere Ana tendremos otro capítulo. Lo que sí os puedo decir es que esta triste historia es real: Ana existe. No os puedo decir si está actualmente en Calella o no, sí vive en España o no. Lo que sí os puedo decir es que desgraciadamente hay muchas Ana en todas partes. Son mujeres valientes, cariñosas y luchadoras que van por la vida con la frente alta y orgullosas de sus vivencias, aunque no son de color de rosa. Y si algún día conocéis a una Ana solo decirle: gracias por enseñarnos a sobrevivir.

Una mujer luchadora no es la que siempre gana, sino la que, a pesar de sus derrotas, nunca se rinde.

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