El olvido

2021-03-15T15:44:47+01:0015/03/2021|

Pantalón tejano bastante sucio, jersey con algún agujero y unas bambas bastante viejas, en la espalda una mochila y una guitarra en su funda. Es lo que veías cuando te encontrabas de frente con él. Siempre caminaba de día y descansaba por la noche en cualquier rincón del pueblo que visitaba. Rara vez se quedaba más de una semana en el mismo pueblo. El pelo lo tenía un poco largo y pegajoso de la mugre acumulada. Cuando llegaba al pueblo todo el mundo lo miraba, pero ya estaba acostumbrado y no les hacía caso, él solo miraba cuando veía niños de unos 10 años, se paraba y los miraba fijamente, cuando los niños se sentían observados dejaban sus juegos y salían corriendo.

Hoy hacía mucho calor, era pleno verano, 22 de julio, pero a pesar del calor no se quitaba el jersey. Se ponía al cobijo de la sombra de algún frondoso árbol, sacaba su guitarra y empezaba su concierto para quien lo quisiera escuchar; abría la funda a la espera de alguna moneda. Nunca le decía nada la policía de los pueblos que visitaba, él solo tocaba melodías para entretener a la gente, pero en este pueblo sería diferente. Al entrar en el pueblo encontró un policía, el cual se lo miró de arriba a abajo cuando se acercaba a él.

-Buenos días, agente, ¿hay algún sitio donde yo pueda tocar sin molestar a nadie para ganarme unas monedas?

-No se puede tocar en la calle, pero si se pone cerca de la iglesia no le diremos nada porque estamos de feria —contestó el policía.— ¿De donde es usted?

-Yo soy de todas y de ninguna parte —contestó. Al agente le hizo gracia la respuesta y no preguntó nada. Se acercó a la plaza de la iglesia y buscó un sitio para tocar, mucha gente pasaba y se dirigía a las atracciones de feria, algunos le daban algunas moneda.

Cuando llevaba media hora tocando, vio pasar dos niños. Dejó la guitarra apoyada y empezó a seguir a los niños y cuando se pararon a montar en una atracción, esperó que bajaran para seguirlos. Los seguía a una distancia prudencial. Estuvo más de dos horas detrás de ellos y cuando se marchaban a sus casas continuó detrás de ellos. Uno entró en un portal y el otro continuó, lo siguió hasta que vio donde entró. Volvió donde dejó su guitarra, junto a ella estaba un agente de policía, el mismo que le vio al llegar al pueblo. Se acercó poco a poco con temor. Cuando estaba junto al policía este le dijo:

-En este pueblo no solemos tener robos, pero si deja usted la guitarra y el dinero en la calle se los quitará alguien.

-Perdone agente, necesitaba ir al lavabo y fui un momento y me despisté mirando las atracciones.

-Tenga cuidado, buenas noches —fue la despedida del agente. Cuando se marchó el agente, cogió sus enseres y su guitarra y se dirigió hacía una dirección que tenía en la cabeza. Al pasar cerca de una parada de la feria compró un bocadillo y una cerveza. Su destino era la casa del último chico que siguió. Se sentó cerca de la casa, en un portal para no ser visto, cogió una navaja que llevaba en el bolsillo y corto el bocadillo en tres partes, que se fue comiendo muy lentamente. La vigilancia sería larga.

Cuando empezó a salir el sol salió una mujer del portal acompañando al niño, él se levantó y los siguió. Fueron al campo de fútbol donde el niño jugaba un partido. Dos horas después, la mujer y el niño abandonaron el campo y los ojos del vagabundo les siguieron observando hasta que volvieron a su hogar. El vagabundo se colocó otra vez en su escondite, a esperar más movimientos. Después de comer, la mujer salió y se marchó calle abajo. El niño estaba solo en casa.

Se acercó al portal y tocó el timbre, a pesar de que su madre siempre le decía que no abriera a nadie el niño abrió. El vagabundo, con su jersey de manga larga y sus sucios ropajes, se acercó a la puerta que el niño dejó abierta pensando que era su madre. El chico estaba de espaldas jugando a la Play y el vagabundo se le acercó poco a poco. El niño hablaba a través de los auriculares del juego, el hombre se quedó justo detrás del chiquillo con lágrimas en los ojos mientras miraba una foto en la pared del niño con unos dos años, con su madre y un hombre elegante. Cuando se disponía a ponerle la mano en la cabeza al niño, entró la madre y viendo al vagabundo justo detrás de su hijo se puso a chillar. El hombre se dio la vuelta y asustado le dijo que no chillara, que no hacía nada malo, que no pasaba nada, pero los vecinos ya avisaron a la policía. Dos coches patrulla se personaron en el domicilio en menos de cinco minutos. La madre abrazaba al hijo y desde un rincón le gritaba que no se acercara, el vagabundo solo decía:

-Tranquila, tranquila no voy a hacer nada.

-Entonces, ¿qué haces dentro de esta casa? —la policía apunto con la pistola al hombre, que no opuso resistencia— ¿Quién es usted?

-No sé cómo me llamo, solo sé que el niño es mi hijo —a la mujer le dio un vuelco el corazón, se acercó al hombre y lo miro fijamente. Entonces abrió los ojos sorprendida.

-Quitadle el jersey —pidió la mujer a la policía. Sin jersey ni ropa de cintura para arriba, la mujer miró la espalda y vio el tatuaje, un tatuaje que ponía Felisa, Ángel y Andrés, los nombres de ella, el niño y su marido, que salió de casa hace nueve años y sufrió un ataque de amnesia total y lo único que recordaba era tocar la guitarra. Unos malnacidos le robaron toda su documentación, sin ella y sin dinero, vagó por todas partes sin cortarse el pelo ni afeitarse durante estos años. Al ver al niño la primera vez, le vino un flash de su vida y decidió averiguar si era su hijo. Efectivamente, después de nueve año encontró a su familia.

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