Héroe por amor

2021-07-19T15:46:01+01:0019/07/2021|

Todo cambió para él un fatídico día de julio del año 2000. Él conducía su coche, un Ford fiesta gris, regalo de su padre por su 18º cumpleaños, aunque no lo pudo conducir hasta casi un año después que fue cuando se sacó el carnet.

Ese día, un conductor borracho chocó frontalmente contra su coche, quedando prácticamente inservible y su vida colgando de un hilo.

Después de varias operaciones, le confirmaron que quedaría paralítico y no podría caminar nunca más, las demás funciones de su cuerpo estarían exactamente igual que cualquier persona.

Tres años después del accidente se casó con su novia de toda la vida. Ella era hija de un gran comerciante de la zona y no tenía ningún tipo de limitación económica por su puesto de gerente directora de ventas. La boda fue como en un cuento de hadas, todo perfecto a pesar de la silla de ruedas. En dos años tuvieron dos hijos, ambos varones, el grande se llamaba como él, Jordi, y el pequeño, Saúl. Eran una pareja completamente normal, él se sacó el título de ingeniero informático y desde casa realizaba su trabajo.

Entre los dos ganaban suficiente dinero para llevar una vida holgada y permitirse cualquier capricho que se les antojara, pero eso también lo sabía mucha más gente.

Un día, mientras trabajaba desde casa en los ordenadores de una multinacional realizando tareas de mantenimiento para que ningún hacker pudiera manipular el sistema de seguridad, recibió una llamada desde el móvil de su mujer que le extrañó, ya que ella no solía llamar nunca si no era un caso muy importante.

—Buenos días, ¿el señor Jordi Masnou? —Preguntó una voz no conocida.

—Sí, soy yo, ¿y usted porque me llama desde el teléfono de mi esposa?

—Eso no importa. Lo que importa es que la tenemos y si la quiere volver a ver con vida tendrá que pagar 500.000 euros antes del fin de semana. Sus hijos están en el maletero de su coche en la salida de la autopista —dijo, colgando seguidamente.

Nervioso, cogió su móvil y buscó en los contactos “Cari”, es como la tenía en su teléfono. Marcó y nadie le contestó, parece que la llamada era verídica, si no ella ya hubiera contestado.

Pensó en llamar a la policía, pero eso sería peligroso para la integridad de su mujer. Bajó al parking de la casa con su silla de ruedas, ya que toda la casa estaba adaptada, montó en su coche, igualmente adaptado para conducir solo con sus manos, y se dirigió a la salida de la autopista. Efectivamente, allí estaba el coche de su mujer. Con un mando a distancia, abrió el maletero y los dos niños salieron llenos de lágrimas y totalmente asustados. Los llevó a casa de sus padres y con la excusa de una reunión de negocios se los dejó, no sin antes explicarles a los niños que no debían decir nada y pronto estarían los cuatro juntos otra vez. Rápidamente se marchó a su hogar accediendo desde el parking a su despacho.

Conectó su ordenador y mediante unos programas que tenía instalados en el móvil de su mujer podía saber donde estaba en ese momento. Aparte del GPS integrado en el móvil que podían desconectarlo, igualmente podía saberlo. Miró en el ordenador y efectivamente no estaba en la oficina ni ningún sitio normal, estaba a más de 100 kilómetros de la casa en un pequeño pueblo.

No se lo pensó y abrió su armario de armas, las tenía porque era tirador olímpico de minusválidos y en todas las competiciones ganaba oro, aparte él tenía un revolver del 38 para protección.

Volvió a coger su coche y se desplazó hacia el lugar que le marcaba el rastreo del móvil de su mujer. Cuando ya estaba a menos de 20 metros, se quedó aparcado viendo la entrada de la vivienda donde estaba retenida ella.

Pasadas dos horas de estar allí, sonó otra vez el teléfono, volvían a llamar desde el teléfono de la esposa.

—¿Qué ha decidido sobre el dinero? —Preguntaron.

—Necesito tiempo para reunirlo, no lo tenemos —respondió Jordi.

—No diga tonterías, todo el mundo sabe que ustedes ganan mucho dinero.

—Sí, pero hicimos una inversión hace poco, y no disponemos de esa cantidad.

—Pídaselo a alguien, personas tan pudientes como ustedes no creo que tengan problemas para reunir esa cantidad.

—Por favor, suelten a mi mujer y yo les prometo que en menos de quince días tendrán el dinero —rogó él.

—No hay trato, tienes 24 horas —y colgó.

Dos minutos después de colgar, un coche salió del garaje de la casa, era una furgoneta de color negro y la parte de atrás cerrada.

Él se agachó para no ser visto y al pasar justo a su lado, levantó la cabeza y pudo ver las dos personas que iban en la furgoneta. Eran un hombre y una mujer y le horrorizó: pues eran dos de los mejores amigos de ellos, siempre salían de vacaciones juntos y cada 15 días salían de cena o fin de semana.

Puso el vehículo en marcha y los siguió a una distancia prudencial. Se acercaron a una casa en medio del campo y apagó las luces de su coche para no ser visto. Al llegar, el hombre abrió la parte de atrás de la furgoneta y gritando decía:

—No llores, no te salvará llorar, vas a morir tú y él. Nunca confiasteis en nosotros para los ascensos en la empresa, con lo que ganamos no podemos pagar la hipoteca y nos quitará la casa el banco.

Ella salía llorando y arrastrada por los pelos, eso le dio la fuerza necesaria definitivamente actuar.

Arrancó el coche y fue a gran velocidad hacia el hombre que arrastraba a su mujer. No podía fallar o también correría peligro ella.

Faltaban menos de diez metros, puso las luces largas para deslumbrar al malhechor, que se puso las manos frente a los ojos para evitar las luces del coche que se dirigían hacia él, y en ese momento, la mujer se tiró hacia los matorrales del camino. El choque fue muy fuerte y el delincuente salió disparado, cayó al suelo y ya no se pudo incorporar, su corazón dejó de latir.

Jordi bajó del automóvil con su silla de ruedas. No podía estar muy ágil, pero la pistola le ayudaría. Dónde estaba la acompañante del secuestrador era su único pensamiento.

—Ten cuidado, ¡va armada! —le gritó su mujer desde el lado del camino.

—No te muevas tú —contestó Jordi.

Cuando estaba a pocos metros de la vivienda no pudo hacer nada, unas manos le empujaban hacia el desfiladero junto a la casa y lo dejaron caer.

La suerte fue que se quedó agarrado a una rama que colgaba, aguantó unos minutos y empezó a subir muy lentamente a pulso. Cuando ya estaba arriba pudo ver como la mujer apuntaba a su esposa y le gritaba.

—Vas a morir y ahora con más motivos por matar a mi pareja.

Mientras decía esto, levantó el arma y le apuntó. Jordi siguió arrastrándose poco a poco para no hacer ningún tipo de ruido, su pistola en el empujón cayó al suelo y estaba dos metros detrás de la secuestradora.

La mujer seguía amenazándola con la pistola y profiriendo insultos, no se percataba de que Jordi estaba a menos de un metro de su arma. Justo en el momento que pudo coger la pistola, la delincuente se giró y empezó a disparar hacia él, por suerte no tenía mucha puntería y él pudo realizar un solo disparo que le entró por el centro de los ojos, cayendo fulminada al instante.

Tardaran mucho tiempo en olvidar lo sucedido y les costará volver a confiar en nadie, pero les quedó claro ese día que las limitaciones a veces están en nosotros mismos.

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