Regalo peligroso

2021-08-30T07:24:15+01:0030/08/2021|

El día 10 de septiembre Enric cumple 50 años y Sara, su mujer, le hizo el regalo que le hacía ilusión desde hace muchos años. La ilusión le viene de cuando en unas vacaciones en Gijón visitaron la Colina del cuervo, uno de los mejores lugares, por no decir el mejor, para practicar parapente.

La semana que estuvieron no se perdieron ningún día el espectáculo de la gente volando en parapente, algo increíble ver como las personas podían volar con ayuda del viento. Enric se prometió a sí mismo que perdería el miedo y se lanzaría a volar, pero para eso faltaba tiempo todavía. Preguntaron lo que tenían que hacer y el monitor les indicó las condiciones para poder volar en solitario, él volaría en solitario, sin monitor.

Tenía que realizar un pequeño cursillo de unas horas para aprenderse todo sobre seguridad en parapente y como actuar en caso de emergencia.

Se pasó todo el año pensando en poder volar, sin decírselo a su esposa. Era su ilusión y quería mantenerla sin que nadie le quisiera hacer cambiar de idea.

Se acercaban las vacaciones y, como cada año, la pareja empezaba con las ideas de donde ir. El norte les gustaba mucho, pero el año anterior estuvieron en Gijón. Buscaban otra cosa y al final decidieron ir a Santander.

Al fin llegó el día de la marcha y, como cada año, celebrarían el cumpleaños de él en ruta. La autocaravana la tenían ya cargada, una pequeña vuelta por toda la casa para comprobar que todo estaba bien cerrado, gas apagado y puertas y ventanas completamente cerradas. En la pequeña pantalla marcó Enric 4321 y se activó la alarma. Salió de casa y cerró la puerta con la doble llave.

Se montaron en la autocaravana, se dieron un beso y emprendieron el viaje. Los primeros días los hicieron en ruta, parando donde les apetecía. Al tercer día llegaron a Santander, buscaron el parking de nombre “Parque de las llamas” y aparcaron junto a diez más que estaban en ese lugar.

Podían estar dos días como máximo, pero eso no era problema, a los dos días continuarían la ruta coincidiendo con el cumpleaños de Enric.

Pasaron los dos días visitando toda la zona con las bicicletas que llevaban en la parte trasera. Al tercer día, después de desayunar, emprendieron la marcha sin rumbo fijo. Antes de enfilar por la autopista, Sara le pidió que parara, le dio un sonoro beso y le deseo feliz cumpleaños.

—Este es mi regalo —empezó a marcar en el navegador unas coordenadas para llegar a un destino. Enric no sabía donde iría, pero mientras estuviera junto a ella iría al fin del mundo.

Conducía según las instrucciones del navegador y pasada casi una hora ya empezó a saber cuál era su destino. El destino de esa autopista era Gijón y a Enric se le aceleró el corazón pensando ya donde iban. Cuando llegaron, Sara le dio un papel en un sobre, era su regalo decía.

—Me encantan esas sonrisas que sin necesidad de poseer alas te hacen volar —ya sabía lo que quería decir y más cuando acabó de leer.

—Curso para principiantes de parapente y un vuelo de bautizo aéreo.

Ese día era el día, podría volar. Asistió a la clase de iniciación para, a continuación, familiarizarse con el parapente. Llegado el momento ya estaba preparado. En lo alto de la montaña ya le estaban colocando el parapente y dando las últimas explicaciones para el vuelo. Duraría unos veinte minutos, no más. Le explicaron las medidas de seguridad en caso de emergencia, algo que Enric no escuchó absorto como estaba en visualizar su sueño.

El día era perfecto para el vuelo, el aire justo para poder disfrutar. Empieza la carrera y cuando se acerca el final de la ladera, se da cuenta de que los pies no los tiene en el suelo ya, está volando.

El vuelo era impresionante, podía ver el inmenso mar por una parte y los acantilados por la otra, todo era perfecto. Pasados tres minutos fue cuando empezó a sentir miedo; el aire era más fuerte y si eso sucedía tenía que intentar descender a sitio seguro, pero como el tiempo era tan bueno no tuvo la precaución de controlar distancias. Tiró de la anilla derecha para girar hacia la derecha, eso le ayudaría a salir de alta mar y dirigirse a tierra a ver si encontraba un sitio para intentar aterrizar.

Los monitores en tierra estaban preocupados, sabían los problemas que tendría para controlarlo, pero no comentaban nada para no asustar a Sara.

Enric estaba muy asustado y tiró de las dos anillas para intentar frenar el parapente. Efectivamente la velocidad descendió, pero se le plegó una parte de la tela.

En tierra todo era preocupación y Sara no podía mantener la calma y se puso a llorar, por su culpa estaba en peligro. Los monitores intentaron tranquilizarla pero no tenía buenos augurios la situación.

Al fin pudo controlar la plegada y hacerse con el parapente, se acercaba a tierra y tiró de la anilla derecha para dirigirse a un buen lugar para aterrizar, pero no respondía, no giraba a ninguna parte y marchaba directo a los acantilados. Un choque frontal con los acantilados sería mortal.

Estaba a menos de 40 metros y no podía hacer nada, solo rezar. Se estrellaría contra las rocas. Sara no podía parar de llorar, se sentía culpable, y los monitores llamaron a una ambulancia en previsión del fatal desenlace.

Menos de 20 metros y él también se puso a rezar.

Justo en el momento que sería el punto de no retorno, una fuerte ráfaga de aire hizo ascender el parapente prácticamente recto, solo se desvió un poco al llegar a la cima. Y sucedió lo inevitable, chocó contra las rocas, quedando colgado solo por las telas en la parte más alta de la montaña. Bajo sus pies solo rocas y agua, arriba solo cielo. La ambulancia llegó y también un helicóptero de emergencia. Con mucha pericia consiguieron enganchar a Enric, que estaba pálido por el susto, y sacarlo del precipicio para llevarlo junto a la ambulancia, donde le esperaba Sara llorando desconsoladamente. Afortunadamente, no sufrió ningún daño físico más que los golpes, pero desde ese día, Enric tiene muy claro que para volar, los pájaros. Su sitio está en tierra firme.

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