Espiral de mala suerte

2021-12-14T13:34:04+01:0014/12/2021|

Nací en un pueblo de la costa catalana, viví junto a mis padres y mi hermano casi toda la vida, pero ahora estoy durmiendo en un portal en el cuarto donde se guardan las bicicletas.

Una situación desesperada, intentaré que la comprendáis explicándola.

Mis padres eran una pareja normal y trabajadora, siempre trabajando para ahorrar y comprarse un piso. Él trabajaba en la construcción, ella limpiando casas, portales, locales, cualquier cosa que le ofrecieran era bueno para ganarse unas pesetas. Si, cuando empieza esta historia estaban las famosas pesetas que tanto echamos en falta actualmente.

Hace años, cuando mis padres estaban luchando a tope, nací yo y cuatro años después, mi hermano. A mi hermano lo quiero mucho, pero tengo que decir que me ha jodido la vida. Sí, suena duro, sin embargo es la auténtica verdad, lo entenderéis cuando el relato llegue al final.

Cuando mis padres ya tenían el piso de sus sueños pagado se relajaron, ya tenían lo que querían. Mi padre se acostumbró a frecuentar los bares del barrio donde vivíamos, y desgraciadamente mi madre también. Los dos frecuentaban los bares, mi madre se empezó a acostumbrar a jugar a las máquinas tragaperras y el nivel de ahorros fue bajando y la economía, mermando.

Al final, mi padre se puso enfermo y tuvo que dejar de trabajar, cada día estaba peor de salud, y al final sucedió. Falleció de cirrosis, tanto tiempo en los bares era de esperar el final.

Después de enterrarlo, nuestra vida continuó igual, solo que sin mi padre. Yo ya estaba en edad de trabajar y lo empecé a hacer en un restaurante de nivel. Era un buen camarero según decían, tenía un horario bastante bueno: hacía el pase de la comida y el de la cena, estaba bien considerado por los jefes. Empecé a tontear con la hija del jefe, una chica rubia y simpática (según las malas lenguas, un poco promiscua). Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks (qué bién lo explicó Sabina). Después de ella, seguí teniendo romances con otras chicas. Debido a mi timidez no me duraban mucho, es un problema que tengo, la timidez me puede.

Mientras mi hermano estaba en casa a mesa y mantel no necesitaba de nada, todo lo que quería lo tenía. Mi madre no tenía reparos en darle todo lo que pedía, ser el pequeño de la familia le daban esos privilegios. A veces, si quería comprar una camisa, me la pedía a mí para que se la trajera de la tienda, se la probaba en casa y si no le estaba bien, yo tenía que volver a la tienda y traerle otra, a veces hasta cinco cambios. Él no se movía de casa, solo para salir de fiesta con sus amigos y amigas, pero yo no sabía decirle que no (a día de hoy todavía no sé decir no).

Yo trabajaba y salía también con algunos amigos. Las chicas eran otra cosa, tenía gancho para ellas pero no me duraban nada por mi timidez con ellas.

El ritmo de mi madre con las tragaperras continuó. Se gastaba prácticamente todo lo que ganaba y gran parte de mi sueldo, lo que quedaba era pagar los gastos del piso, que cada vez estaba más deteriorado porque se hacía lo justo en él.

Un día, mi madre se empezó a encontrar mal, fue al médico y el resultado fue que tenía lo mismo que mi padre, cirrosis. El alcohol acabó con los dos y yo estaba empezando a pasarme con mis visitas a los bares.

Falleció mi madre y solo quedemos mi hermano y yo. Él seguía sin trabajar, nos manteníamos con mi sueldo, no podía ahorrar no obstante al menos podíamos vivir.

Varios años después del fallecimiento de mi madre y mi hermano continuaba sin trabajar. Al fin me dio una buena noticia: empezaba a trabajar en una portería de conserje. Eran dos bloques de pisos y cada uno tenía un conserje, uno de ellos se jubiló y pudo entrar mi hermano.

Al menos, los gastos esperaba compartirlos con él, pero estaba equivocado; él no aportaba nada para la casa, ni comida, ni para luz, agua, etc. Nada.

Esa situación la aguanté durante varios años, hasta que un día mi hermano me dijo.

—Tete, estoy saliendo con una chica y nos vamos a ir a vivir juntos.

—Me alegro —le contesté.

—Es que necesito dinero, ella tiene una casa grande y quiere hacer un jardín nuevo y poner ascensor y no tiene dinero. Como la casa es suya, yo correré con esos gastos.

—No tengo dinero para dejarte —respondí.

—No, no quiero que me prestes dinero, quiero que me des el valor de la mitad del piso.

—No puedo, yo no tengo ese dinero.

—Es fácil, vas al banco y pides un préstamo, con el aval del piso te lo darán —me sorprendió su respuesta.

—¿De cuánto dinero hablas?

Lo que me corresponda, avisaré un tasador y que lo valore.

Yo no quería, porque veía que no podría hacer frente a ese préstamo, pero como dije anteriormente, no sé decir no.

El tasador lo valoró en un precio alto (estábamos en plena burbuja inmobiliaria) y empecé a pagar después de darle el dinero a mi hermano. Entré en depresión al ver que no podría hacer frente a los pagos.

Mi hermano se fue a vivir con su amorcito y yo quedé solo y deprimido.

Tuve que dejar el trabajo, no podía trabajar, era imposible centrarme. No podía hacerle la faena a los jefes que siempre se portaron bien conmigo, me fui al paro durante dos años.

En este tiempo, la bebida empezó a dominarme también, lo que cobraba prácticamente era para la bebida. De pagar préstamo nada de nada, me empecé a retrasar en los pagos y el banco empezó a apretar.

Al fin encontré otro trabajo, era de vigilante en una fábrica. Estuve varios años, muchas veces cuando tenía que empezar a trabajar a las ocho de la noche me dormía a causa de estar bebiendo toda la tarde y llegaba tarde. Me lo aguantaron un tiempo hasta que se cansaron. Despedido otra vez, se portaron bien y me arreglaron los papeles para cobrar el paro. Con lo del paro pagaba un mes de cada dos del préstamo.

De mi hermano no sabía nada hasta que un día apareció otra vez, llegó a casa con una maleta.

—Hola tete —fue su saludo.

—¿Cómo estás? Hace tiempo que no sabía nada de ti —le conteste.

—Me vengo a vivir contigo un tiempo.

Como siempre, no supe decir que no.

Él se había gastado todo el dinero que le di por la mitad del piso y ahora volvía sin trabajo ni dinero. Pero qué tenía que hacer yo, era mi hermano pequeño y tenía que ayudarle.

Al pesar de ver lo mal que estaba la situación, ni se le ocurrió poner un céntimo para los gastos. Lo poco que se pagaba era lo mío, él se compraba ropa y salía a divertirse.

Pasado un año, salía con otra chica y se decidió.

—Me voy a vivir con ella, alquilaré un piso y nos vamos a vivir juntos.

Para ayudarme a mí no tenía, pero para alquilar un piso para vivir con una chica sí. Se fueron a vivir a veinte kilómetros.

Pasaba el tiempo y todo continuó igual, yo bebiendo y pagando algo y mi hermano feliz con su chica.

Un día volvió a aparecer mi hermano por casa para pedirme un favor:

—Necesito que te empadrones en mi casa—es lo que me pidió.

—¿Por qué? Si yo vivo aquí —conteste.

Después de mucho explicármelo lo entendí, solicitó una ayuda económica al ayuntamiento y para que se la concedieran necesitaba un familiar más a su cargo y ese era yo. Como siempre, la palabra “no” no salió de mi boca. En menos de una semana, mi hermano me dio de baja en el padrón de mi ciudad y me empadronó en su casa. Por supuesto, su casa no la pisé nunca.

Pasó un año más y yo ya no pagaba nada ni cobraba ya el paro, la deuda con el banco se fue haciendo más grande. Avisaron de desahucio pero gracias a una asociación y algunos vecinos no me echaron. La luz la cortaron, el agua la cortaron y algunos vecinos se quejaban por la peste que había en mi piso, supongo que era cierto, ya que limpiar no limpiaba nada desde hacía mucho tiempo y reconozco que la dejadez era muy grande.

Un día a las ocho de la mañana me echaron del piso que compraron mis padres y que gracias a mi hermano perdimos. Por supuesto, intenté ponerme en contacto con mi hermano, pero se había cambiado de teléfono y no contestaba. Intenté pedir ayuda a la asistencia social de mi pueblo y me la denegaron. La causa es que no estoy empadronado en ese lugar.

Y el final ya lo sabéis, estoy durmiendo en una habitación junto a las bicicletas. De momento, porque un día los vecinos se cansarán y me echarán también a la calle. Esta es mi historia, nada especial, porque como la mía hay muchas. Felices Navidades.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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