Historias y vivencias de un camarero en Calella (IV)

2022-10-10T11:38:05+01:0010/10/2022|

Pues no. No acabaron aquí mis males con los compañeros de colegio. La bicicleta sufría extraños pinchazos cada semana un par de veces. Mi padre me enseñó a repararlos y es lo que hacía. El pequeño timbre desapareció varias veces, al final decidí que no valía la pena seguir poniendo timbres. Lo que sucedió una de las veces me pone los pelos de punta todavía.

El que conoce la carretera que va hacia el colegio Salicrú (actualmente no existe, lo tiraron al suelo) sabe la carretera es de montaña, la misma que te lleva hasta el butano. Tiene un gran desnivel y bastantes pequeños baches, yo bajaba siempre a una velocidad acorde a las características de la carretera, seguidamente tenía que atravesar toda Calella hasta llegar a la primera calle de Pueblo Nuevo, lugar donde estaba mi casa, en la calle General Mola (actualmente 11 de septiembre). Una vez en la puerta, me echaba la bici al hombro y la subía tres pisos. Este ritual de cargar con la bici hasta el piso era la consecuencia de sufrir el robo de 10 bicicletas y un ciclomotor, creo que es un récord (todas las bicicletas con su correspondiente candado).

Ese día, al cargar la bici al hombro, las dos ruedas se quedaron en el suelo, alguien aflojo las palometas. Si hubiera cogido un bache un poco fuerte, hubiera acabado en el hospital como mínimo.

El siguiente verano empezaría un nuevo trabajo, mi madre habitualmente acudía a casa de la Sra. Isabel, podóloga y practicante de profesión y una gran mujer. Su marido era el propietario de un famoso local nocturno, La Quadra ,en la calle Raval, después de mis dos años en Cafetería Pekín, tocaba aprender más del oficio en un nuevo sitio. Al principio era un mundo, yo me limitaba a recoger el vidrio de las mesas, fregarlo y colocarlo de nuevo en su lugar.

Recuerdo el día que fui para hablar con el Sr. Pedro, se me quedó mirando y el comentario que realizó me dio fuerzas para salir adelante.

—Creo que es muy joven, no lo aguantará.

—Vamos a probarlo y, si ve que no estoy a la altura, me lo dice y me marcho a casa —respondí.

La prueba fue positiva, me quedaba todo el verano. Supongo que estaban contentos con mi actitud, porque al final de temporada me regalaron un reloj.

Primer detalle que tenía un jefe conmigo, me sentía orgulloso de mí y de mi disposición para el trabajo.

Dije antes que suponía que estaban contentos, pienso que lo puedo asegurar, porque no fue un año, fueron seis los que estuve con ellos, con muchas anécdotas que os explicaré. Cuando empecé trabajaba con Sr. Pedro, él y su hijo Jordi eran mis compañeros, después vendría Jose, actual propietario (estaba haciendo la mili entonces él). Tengo que decir que aprendí mucho en este local.

Jose siempre decía que no éramos camareros, que éramos taberneros vendedores. Yo, con catorce años, en fotos de entonces a duras penas salía mi cabeza por encima de la barra. Acababa la sesión a las 3 de la mañana, entonces cerrábamos y al día siguiente volvíamos a la una del mediodía para la limpieza. Más de una vez tenía que ir a buscar a algún camarero que se dormía y llegaba tarde para limpiar. Una de las veces, Jose le dijo a un camarero que si no aparecía para la limpieza no tendría su parte del bote. El chico quería ser igual que todos en los beneficios, pero a la hora de currar nada.

Me vienen muchos recuerdos a la mente, intentaré explicarlos todos (los que se pueden explicar). Cuando inicié mi andadura, unas de las primeras cosas que me vienen a la memoria son los días de lluvia. ”Si, los días de lluvia en verano “.

Esa calle tenía un problema: cuando llovía era un río y encima las cloacas estaban al nivel justo de la calle. Si llovía fuerte, los lavabos parecían fuentes hasta llegar a inundar más de una vez el local, con clientes incluidos. Realmente era algo espantoso, cuando escuchabas los primeros truenos ya sabíamos lo que venía después.

Cuando pasaba lo de la inundación, Jose lo primero que hacía era cortar la corriente para evitar ningún problema. Alguna vez los clientes se enfadaban porque querían seguir bailando sin importarle estar con agua sucia hasta los tobillos, se quitaban zapatos, calcetines y medias y querían seguir la fiesta, algo que muy cuerdamente Jose no permitía.

También fui espectador del primer desnudo integral en una sala de baile.

Era mediados de julio, se celebraba el día de Francia y en el local había muchos franceses de vacaciones y celebrando a tope ese día tan señalado para ellos. Una pareja se dirige al lavabo juntos. Un par de minutos después, él sale vestido de chica y ella de chico, seguidamente una nueva pareja y otra y otra. Al final nadie se marchaba al lavabo y se despelotaban en la pista de baile.

Jovencito e inocente como yo, al ver la gente desnuda me doy la vuelta y me dirijo a Jose, que no visualizaba la pista desde la barra. Se dedicaba a poner la música, esto sucedía cuando Franco todavía vivía.

—Jose, Jose, nos cierran el chiringuito como venga un poli.

—¿Qué dices?

—Están desnudos todos bailando —Jose se carcajeaba de mi comentario.

—Como van a estar desnudos, alguno se habrá quitado la camiseta.

Jose se dirigió al interior donde estaba la pista y el corazón se le aceleró a 1000, estoy seguro, al ver lo que yo ya había visto.

—Ce n’est pas possible ici, ce n’est pas possible ici (esto no se puede hacer aquí) —repetía una y otra vez.

Al final todo eran risas cuando lo recordábamos.

La Quadra era más pequeña entonces, al final de la barra estaba la puerta para ir a los lavabos. A la derecha de estos, una verja de madera con un pestillo que llevaba donde estaban las cajas vacías. Una de las noches, en plena sesión de trabajo, Jose me envió a llevar unas botellas vacías. Como conocía todo, nunca encendía la luz cuando entraba. Abrí la verja y me encontré una pareja en plena faena, justo al lado de las cajas vacías. Los reconocí, eran clientes habituales. Me volví a la barra y nunca conté nada de lo visto. Al salir, ella estaba ruborizada y él un poco nervioso, no les dije nada, no me dijeron nada, las miradas explicaban bien lo sucedido.

Los que conocen La Quadra se llevarían una sorpresa de sus principios con los actuales propietarios, anteriormente había pertenecido al Sr. Sebastián Oliva.

Hay caras que nunca se olvidan, la que nunca olvidaré es la de un matrimonio cliente semanal de La Quadra; cuando se marchaban, ya al salir del local, pasan junto al jefe Pedro, el hombre con la chaqueta en el brazo, levanta una de las manos y…

se le cae una jarra de sangría que llevaba escondida, bajo la chaqueta.

“Ay, ¿qué es esto? Se me habrá enganchado en la chaqueta al levantarme de la mesa”. Tardaron en volver mucho tiempo.

Los primeros años de trabajo allí era totalmente diferente, las reuniones políticas eran semanales. Los políticos locales, concretamente los de izquierdas, tenían su punto de reunión aquí.

Otro de los recuerdos era en mitad de la noche, la música bailable dejaba de sonar y para sorpresa general, sonaba La Internacional seguida de Els Segadors, para continuar con el himno de Andalucía, País Vasco, incluso sonaba el gallego, todo esto antes de que falleciera el Caudillo. Todos los asistentes encima de las mesas con puño en alto cantando (alguno de ellos tuvieron cargos importantes en política nacional), era impresionante. Acabados los himnos volvía la música bailable y aquí no ha pasado nada. El próximo capítulo continuo con más.

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