Farhuma

2023-11-13T11:58:32+01:0013/11/2023|

Una visita que hice a un desguace de máquinas tragaperras, me hizo conocer a Farhuma. Farhuma era una máquina tragaperras más entre todo aquel almacén sucio y desordenado de máquinas que esperan a ser desmanteladas para dar unos años más de vida a otras máquinas.

Me sorprendió su estética, era muy diferente a todas las demás. No tenía muchas luces de colores, pero aunque no era muy llamativa, el encargado del local me explicó:

—Esta máquina se llama Farhuma, desconozco por qué le pusieron este nombre. Lo que sí te puedo explicar es la historia que cuentan de ella.

—¿Esta máquina tiene una historia personal? —pregunté sorprendido.

—Sí, una historia muy interesante.

—Sentémonos mientras tomamos un café y me la explica, estoy deseando escucharla.

Delante de una humeante taza de café, escuché atentamente la historia.

—Según me explicaron los ingenieros que la diseñaron, el nombre viene de juntar las palabras faro y humano, querían una máquina que fuera una luz para los humanos. Farhuma tenía un poder especial, cuenta la historia que podía influir en el resultado del juego.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté asombrado.

—La máquina podía alterar los resultados según la persona que jugara, si una persona necesitada se acercaba a introducir en Farhuma sus últimas monedas, la máquina hacía todo lo posible porque ganara.

—¿Cómo hacía eso? —pregunté.

—Le devolvía pequeñas cantidades hasta que ella creía que tendría suficiente para pasar el día. Cuando llegaba a ese punto, ella misma se provocaba una avería, para que dejara de jugar.

—Asombroso —contesté.

—Sin embargo, si la persona que jugaba era una persona con posibilidades económicas, Farhuma se estreñía para no pagar ni una miserable moneda, conseguía que perdiera una y otra vez. Los clientes habituales del local donde se instalaba la máquina empezaron a conocer las reacciones según las necesidades financieras del jugador.

—Nunca pensé que una máquina pudiera hacer esas cosas —comenté sorprendido.

—Las personas sin recursos económicos se acercaban cuando disponían de una simple moneda. Farhuma no defraudaba, les hacía ganar suficiente para pasar el día.

—¿No se equivocaba nunca? —pregunté incrédulo.

—Alguna vez lo intentaron, pero nunca lo conseguían. Los jugadores pobres se llenaban de esperanzas y los más poderosos económicamente se sentían engañados y estafados, lo cual provocaba su ira, descargando su rabia golpeando a la máquina, situación que el dueño del local tenía que parar. La reputación de Farhuma fue creciendo, lo cual sirvió para que el peregrinaje de personas fuera cada vez más intenso, todos con la esperanza de cambiar su suerte. Aunque solo era una máquina, tenía sus propios pensamientos y sentimientos, ella quería ser útil y brindar felicidad a gente que lo necesitara. Cuando veía la sonrisa del necesitado recogiendo sus ganancias, Farhuma se sentía feliz.

—¿Por eso acabo aquí? —pregunté.

—No, la historia es más larga. Llegó un momento que la máquina no producía beneficios para los jefes del negocio. Entonces era llevada a otro local lejano. Cuando ella llegaba a su nuevo destino, donde nadie la conocía, no sabía si era apreciada u odiada, los jugadores ricos siempre intentaban manipularla para obtener beneficios, algo a lo que ella se negaba y seguía con la rutina de ayudar al necesitado.

—Muy interesante, continúe por favor.

—Como todo en la vida, siempre llega el fin. Un día, Farhuma fue recogida del último local, cargada en la furgoneta y traída hasta este lugar. Muchas veces me parece escucharla llorar cuando todo está en silencio, pero creo que son cosas mías. Tengo que atender a la furgoneta que llega, te dejo unos minutos.

Cuando el encargado del almacén se marchó, me acerqué a la máquina para observarla detenidamente.

Solo era una máquina, como podían creer esa historia. Quería ver cómo era Farhuma con luces. Justo tras de ella había un enchufe, la conecté y esperé un par de minutos para que estuviera preparada. Introduje una moneda por la ranura y apreté el botón, las monedas empezaron a caer en el cesto.

Se me olvidó explicaros que hace seis meses fui despedido de mi lugar de trabajo, suelo venir a ver si me dan algunas piezas de hierro para venderlas y sacar algo para comer.

Mientras recogía las monedas, entró en el almacén el encargado otra vez.

—¿Qué haces? —me preguntó

—Jugar a la máquina mi última moneda.

—Ja, ja, ja, no seas ingenuo, la máquina no funciona, no tiene ningún tipo de conexión por dentro.

La máquina no tenía nada en su interior, lo pude comprobar. Solo una cosa no conocían de Farhuma, no tenía motores ni cables, pero su espíritu de ayuda lo tenía intacto.

Gracias Farhuma, hoy podré comer.

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