Inmortales

2024-02-26T16:25:01+01:0026/02/2024|

En la oscuridad de la noche, cerca del frondoso bosque del parque nacional de Yellowstone, en el estado norteamericano de Wyoming, el nombre del pequeño pueblo donde vivía nuestro personaje: Moran.

Su nombre, James. Desde tiempos inmemorables, había vagado por la tierra convencido de su inmortalidad. Cada día que amanecía, nuestro amigo estaba más convencido de su superioridad sobre los vulgares seres humanos mortales que le rodeaban.

James era un hombre alto, fuerte, con cabello moreno y lacio, sus ojos negros azabache producían una mirada tan penetrante que el miedo se apoderaba de aquel sobre el que se posaban.

Por contra, su piel era pálida, una palidez amarillenta, casi enfermiza. Normal, ya que en el profundo bosque donde solía pasar mucho tiempo, el sol prácticamente no se podía ver por los frondosos árboles que tenía.

Los habitantes de Moran lo veían pasar por algunas de sus calles y sus miradas intentaban descifrar el aura de miedo y misterio que le envolvía.

A lo largo de su vida, James había visto nacer y morir a muchas generaciones, también había visto pasar guerras, hambre y tragedias inimaginables.  Él observaba todo esto como algo ajeno, algo que a él nunca le sucedería. Para él la muerte era algo que solo le sucedía a los demás, él era inmortal.

Al estar tan seguro de eso, inició una frenética carrera desafiando a la muerte. No le importaba pelear contra tres, cuatro o diez, él estaba seguro de salir victorioso. Para él matar era una forma de demostrar su superioridad sobre el resto de humanos, lugar por el que pasaba, lugar que quedaba sembrado de muertes innecesarias.

Los vecinos de Moran lo miraban con auténtico terror. Nadie osaba mirarle fijamente a los ojos. Cuando él no estaba cerca, se contaban historias en voz baja para no ser escuchados por él, auténticas historias de horror sobre el hombre solitario que pisaba las mismas calles y frecuentaba el mismo bosque que ellos. A James, esas opiniones no le importaban, al fin y al cabo, eran simples humanos que en cualquier momento podían perder la vida en un simple giro de sus manos.

Un día apareció por Moran Emma, una mujer rubia, pelo rizado con ojos azules como el cielo en una mañana de verano. Desde la primera vez que se miraron, James quedó cautivado por la extrema belleza y el vigor que desprendía. Por primera vez, veía a una persona diferente a todas las conocidas durante los siglos de estancia en la tierra. Lo que más le atraía era su misteriosa presencia. Cuando ella reía, a James le parecía una bella melodía y si solo sonreía enseñando sus blancos dientes, iluminaba la noche más cerrada. Nuestro hombre se había enamorado.

Poco a poco, James se fue enamorando más y más de Emma. Por primera vez, empezó a cuestionar su inmortalidad.  Cuando no estaba con ella, sentía miedo de perderla algún día, aunque su seguridad le impedía pensar mucho sobre ese asunto.

Emma también guardaba un oscuro secreto. Al igual que James, también estaba segura de ser inmortal, ya que había vagado por la tierra durante muchos siglos.  Ahora, en el mismo lugar, se encontraban dos almas gemelas en pensamientos. Moran podía convertirse en una olla a presión que, en cualquier momento, podía explotar.

Cuantos más días pasaban juntos, más grande e intenso era el amor que sentían el uno por el otro; ya era un amor obsesivo. Juntos exploraron los rincones más ocultos del frondoso bosque, descubriendo algunos secretos desconocidos para todo el mundo. La pasión en el bosque se hacía mucho más intensa, eran dos animales en celo continuamente.

El destino tenía preparada una sorpresa para los dos enamorados inmortales. Una noche de tormenta, cuando los dos se dejaban llevar por la lujuria en una cueva escondida dentro del bosque, Emma le reveló a James su verdadera identidad.

—James, quiero que sepas mi secreto, soy inmortal.

—¿Qué quieres decir?—preguntó James.

—Somos criaturas de la noche, o sea, somos inmortales.

—El único inmortal soy yo, tú solo eres una humana.

—Ja, ja, ja eres un arrogante vanidoso.

Lleno de furia y negación, James se negó a creer las palabras de Emma. Rabioso y furioso, no dudó ni un momento en lanzarse a atacarla, convencido de que ella no podía hacerle ningún tipo de daño por la sencilla razón de que era inmortal.

Emma, con lágrimas que resbalaban por sus mejillas, lo miró fijamente a los ojos, mientras le susurraba unas palabras.

—Perdóname, perdóname, me estás obligando a hacerlo.

A continuación, con una daga antigua que llevaba siempre en uno de los bolsillos, la clavó en el corazón de su amado.

El dolor le atravesó como un cuchillo ardiente atraviesa la mantequilla. James cayó de rodillas, sintiendo el calor de su sangre mientras se derramaba sobre la fría tierra del bosque. Mientras se desvanecía, miró fijamente los ojos de Emma y comprendió en ese momento la auténtica realidad.

No era inmortal,  su arrogancia había sido su perdición.

Con su último aliento, sintió por primera y última vez cómo el frío de la muerte le envolvía, mientras Emma lloraba desconsolada por el amor que no podrían disfrutar en la eternidad.

En la oscuridad del bosque, dos almas se separaban, condenados a vivir en solitario el resto de la eternidad.  Nunca más volverían a encontrarse.

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