El día 22

2024-03-04T19:23:04+01:0004/03/2024|

En los límites del pequeño pueblo, perdido entre colinas y verdes campos, no muy lejos del mar, te encontrabas con el antiguo camposanto, conocido vulgarmente como cementerio de los cojos. Parece ser que le pusieron ese nombre por la cantidad de personas enterradas que solo tenían uno de los pies.

Los vecinos del pueblo evitaban pasar cerca de él, no solo por el recuerdo de la muerte, también tenían otro miedo, por una antigua leyenda que rememoraban los residentes en el pueblo.

Cuenta la historia que todos los 22 del mes una aparición se materializaba en una de las paredes del cementerio. Algunos juraban haberla visto, otros la atribuían a historias de las abuelas para asustar a los niños atrevidos. La mayoría empezaron a cambiar de opinión cuando varias personas fallecieron después de comentar que habían visto la misteriosa figura que se aparecía. Todos recuerdan la muerte de don Gilberto; hombre elegante, con bastantes años encima, la guerra le dejó como recuerdo una herida de grandes dimensiones en el pecho. Cada día, solía pasear por los alrededores de la tapia del cementerio, un día regresó temblando a casa, susurrando haber visto algo espantoso. A pesar de las preguntas, no supo responder con claridad su visión. Dos días después de su contemplación, fue encontrado muerto en su cama con una expresión de terror congelada en su rostro.

La noticia corrió como la pólvora por los pueblos más cercanos; la obsesión por conocer más detalles hizo que muchas personas se acercaran a la necrópolis cuando el día 22 estaba cerca, y cada vez que alguien osaba estar cerca del cementerio ese día, solía acabar en tragedia.

Los más atrevidos se dedicaban a investigar por su cuenta, contando luego su visión.

—Era una figura etérea, envuelta en tenebrosas sombras, que desprendía dolor— decían.

Entre los que no creían nada de esos relatos estaba Jacinta.

Jacinta era una mujer valiente y atrevida, nunca creyó en supersticiones. Decidió investigar por su cuenta, estaba segura de que detrás de todo eso había una explicación lógica.

Mientras intentaba buscar una lógica, se acercaba el temido día 22 del mes; cuanto más cerca estaba el día, más grande era la sensación de inquietud y temor que se estaba apoderando de ella.

La temida noche llegó con una intensa niebla que rodeaba todo el pueblo, aunque mucho más densa en la cercanía del cementerio. Jacinta estaba dispuesta a aclarar para siempre el misterio de las apariciones del día 22. Se puso un gorro granate sobre su rizada melena, un anorak gris oscuro para no sentir el intenso frío y, con paso decidido, se dirigió hacia el cementerio. Su única arma una potente linterna y su decisión.

Noche cerrada, el silencio era total cuando sus pasos entraban en el interior del camposanto, solo se rompía cuando sus pies hacían crujir las ramas de los árboles caídas.

Al acercarse a una de las paredes del cementerio, pudo distinguir claramente una sombra entre la espesa niebla. Jacinta contuvo la respiración, su corazón latía en su pecho como un caballo desbocado.

La figura se fue formando lentamente frente a ella. Era una figura de mujer alta y esbelta, con el rostro muy pálido y unos ojos negros y profundos, que se metieron en lo más hondo de su ser. Jacinta se quedó quieta y sin pestañear, luchando internamente contra las ganas de salir huyendo del lugar. La figura no demostraba ningún tipo de amenaza hacia ella, al contrario, el rostro emanaba una profunda tristeza.

Con voz temblorosa, Jacinta rompió el silencio.

—¿Quién eres? —susurró con un pequeño hilo de voz.

La figura permaneció impasible durante unos segundos, después extendió una pálida mano hacia ella. Jacinta retrocedió instintivamente, pero cuando pudo ver los ojos de la aparición se detuvo; de sus ojos solo salía dolor, nada de miedo, solo dolor.

—Soy un alma perdida, —sonó la aguda voz como un eco lejano—solo quiero perdón y paz.

A Jacinta le vinieron ganas de llorar, un nudo apretaba su garganta, la tristeza de la voz la emocionó totalmente. Extendió su mano derecha hacia la aparición; esta vez Jacinta no retrocedió, los dedos de las dos se encontraron en el aire, uniendo dos mundos: el terrenal y el celestial.

—¿Qué quieres? —preguntó Jacinta.

La figura pareció estudiar la pregunta antes de responder.

—Quiero descansar en paz, pero no la encontraré hasta que no se haga justicia —respondió con una voz rota por el dolor.

—¿Justicia? ¿Qué quieres decir? —preguntó Jacinta.

La figura emitió un profundo suspiro de dolor.

—Fui injustamente condenada por un crimen que no cometí, mi alma vaga en busca de perdón, pero solo encontré sufrimiento —sonó con amargura en su voz. Jacinta sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda; la historia que le acababa de contar hizo que se despertara una sensación de compasión y empatía hacia la figura que se la estaba explicando.

—¿Qué puedo hacer yo? —preguntó Jacinta angustiosa.

La figura se acercó a ella, envolviéndola en una unión de sensaciones que nunca antes había sentido.

—Tienes que encontrar la verdad, solo entonces podré descansar eternamente —. Acabada esta frase, la figura se desvaneció entre la niebla, desapareciendo de los ojos de Jacinta.

El corazón de Jacinta seguía latiendo a gran velocidad, pero ella no tenía miedo; lo que sentía era una determinación total para resolver el enigma.

Se levantó temprano, empezando la investigación para ayudar a la figura misteriosa. Descubrió papeles oficiales donde pudo empezar a averiguar lo que atormentaba a la aparición del cementerio. Varios días después ya lo tenía claro, sabía quién era y podía ayudarla.

La figura que aparecía cada día 22 era el espíritu de una mujer, injustamente acusada de un asesinato que nunca cometió y que fue ejecutada sin poder defenderse. Decidida a hacer justicia, Jacinta consiguió las pruebas suficientes para demostrar que no fue esa mujer la culpable del asesinato que se le imputaba. Presentó todo ante las autoridades y, después de una revisión minuciosa del caso, se llegó a la conclusión de que la mujer fue víctima de una persona con poder e influencia en aquellos tiempos.

El día que se revelaron los hallazgos, todo el pueblo fue en romería al cementerio, colocando flores en toda la pared donde solía aparecer, rezando y pidiendo perdón. Jacinta observaba con una sonrisa de gratitud a la multitud allí reunida; su tenacidad había hecho posible que se supiera la verdad. Ese mes, el día 22, no hubo ninguna aparición en el cementerio; lo que encontraron fue una sensación de paz y tranquilidad, nunca antes vista.

Desde entonces, el cementerio ya no es un lugar prohibido. La historia contará que una mujer llamada Jacinta ayudó a una aparición a descansar eternamente en paz. A partir de ese día, el espíritu que vagaba descansaba en paz, gracias a una heroína que pudo limpiar su memoria.

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