Solo de saxo

2024-03-18T13:13:13+01:0018/03/2024|

Las ruidosas calles de la ciudad, donde los letreros luminosos no dejaban de parpadear al ritmo de la música, y que se escuchaban en la mayoría de locales, las notas musicales fluían como un río continuo. En este lugar era fácil encontrar a Enzo.

Enzo era conocido por ser un virtuoso entre los amantes del Jazz; sus improvisaciones eran esperadas por todos en sus actuaciones, y su habilidad con el saxo le supuso estar en la cima de los músicos en ese género. Sin embargo, dentro de su reconocimiento había un pequeño problema: su obsesión por la perfección.

Desde su más tierna juventud, la música fue su escape personal en un mundo lleno de caos y luchas. Criado en una familia de grandes músicos, Enzo aprendió a amar el jazz. Su padre era un pianista consumado, y lo solía acompañar a clubs nocturnos de jazz, donde las notas se fusionaban con el ruido ambiental. En uno de ellos es donde Enzo se enamoró del sonido del saxo, escuchaba fascinado cómo los músicos improvisaban aquellas melodías, que resultaban hermosas y únicas. Desde ese instante supo que quería dedicarse a la música.

Con el tiempo, Enzo se convirtió en un saxofonista experimentado. Su facilidad para la improvisación y el conocimiento de la teoría musical le hacían destacar sobre los demás músicos. Gracias a su habilidad con el saxo, fue reclutado en la banda de Jazz más conocida de la región donde vivía.

Mientras más tocaba, más le entraba la obsesión de la perfección musical. Cada una de las notas que salían de su saxo tenía que ser perfecta. Diariamente pasaba horas enteras en su estudio perfeccionando cada una de ellas. Cuanto más se esforzaba, más se enfadaba consigo mismo. Cada error, cada fallo en la emisión de una nota era un tormento, creándole una gran sensación de ansiedad y frustración. Aunque lo que verdaderamente le atormentaba era el miedo al fracaso, tenía miedo de que alguna vez no fuera capaz de superar la anterior actuación. Era tan grande su obsesión que no se daba cuenta de que su salud mental corría peligro. Tan grande era su deseo de perfección que empezó a afectar sus relaciones personales. Sus choques con sus alumnos y colegas cada vez eran más frecuentes, hundiéndose cada vez más en la soledad: Solo él y su saxo, rodeados de las bellas melodías que conseguían emitir.

Después de un enfrentamiento con uno de sus alumnos, tomó la decisión de retirarse temporalmente de la música y buscar ayuda profesional para sus problemas. Encontró un lugar para retirarse aislado en la parte alta de una montaña. Antiguamente fue un monasterio, donde el único sonido que podían oír era el canto de los pájaros. Al principio pensó en marcharse y afrontar en soledad sus miedos. Pasaron los días y se fue dando cuenta de que verdaderamente necesitaba estar en aquel lugar. Los residentes del centro eran una veintena, todos luchando contra sus miedos y demonios internos. Empezó a conocer a algunos de ellos; se encontraban en los paseos por los jardines e intercambiaban algunas palabras. Con el tiempo, su afinidad con uno de ellos fue más grande; este hombre era Francisco. Francisco era mayor, llevaba en el centro más de diez años. Enzo descubrió que era un hombre inteligente y sabio. Se sentía muy a gusto junto a él y le contó por qué estaba en el centro y por qué no quería salir: tenía miedo al exterior, por eso seguía en el centro. Las palabras de Francisco le hicieron ver a Enzo que no estaba solo en su lucha, que fuera de allí había gente que le esperaba. Con el tiempo, Enzo empezó a sentirse bien consigo mismo y aprendió a aceptar sus imperfecciones.

Un día, un músico visitó el centro. Era un saxofonista retirado que quería deleitar a los internos con sus melodías. Cuando Enzo escuchó el sonido del saxo, las lágrimas le resbalaban por sus mejillas.

—¿Puedes dejarme tocar el saxo, por favor? —pidió Enzo.

—¿Crees que sabrás? —preguntó el músico, desconociendo la historia de Enzo.

—Si alguna melodía conseguiré sacar del instrumento.

Cuando sonaron los primeros acordes, todo quedó en silencio. Nadie quería perderse ni una nota. Acabada la jornada festiva, Enzo tomó una decisión. Estaba preparado para abandonar el centro y enfrentarse de nuevo al exterior. Francisco le dio el último impulso.

—Sal, sal y cómete el mundo con sus imperfecciones. Demuéstrales a todo el mundo quién eres. Si no lo haces, ahora te pasará como a mí; otro día ya será tarde y no podrás salir. ¡Sal ya! —acabó la frase con un ligero empujón.

El día que finalmente salió, el sol brillaba y el aire fresco de la primavera le acariciaba su cara. Cuando llegó a su ciudad, la primera parada que realizó fue al local donde solía tocar antes de su ingreso. Mientras caminaba por las calles, sintió emoción y nostalgia de los viejos tiempos. Dos semanas después, el cartel anunciador era claro. “Estreno de los nuevos temas de Enzo”. Ese día fue un éxito, arropado por sus viejos camaradas y acompañado por sus alumnos. Entre todos los asistentes, una persona no se perdía detalle de todo lo que sucedía. Esa persona era Francisco, que decidió también salir a luchar con la realidad.

P.D.: Relato dedicado a Juan Carlos Narzequian, un referente entre los músicos en Calella y alma mater de la creación de “Café Jazz” en Calella en el 25 aniversario. Gracias, Juan Carlos.

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