La odontóloga

2024-03-25T18:35:22+01:0025/03/2024|

La ciudad era tranquila; nunca sucedió ningún acto violento. Dentro de los negocios que tenían lugar, uno destacaba por encima de los demás: la clínica dental de la doctora María Hernández. La clínica era conocida no solo por su impecable reputación, también por la paz y tranquilidad que sentía todo el mundo cuando la visitaban; sin embargo, detrás de las puertas de la clínica, había un secreto que solo la doctora conocía.

El secreto era algo aterrador que ocurría cuando la doctora se quedaba a solas con su paciente y empezaba la extracción dental que este necesitaba. La doctora tenía un don aterrador: robar el alma del paciente a través de la extracción dental. Este don lo descubrió un día de forma casual.

El día del descubrimiento, mientras realizaba una extracción complicada, sacando la muela con raíz incluida, una energía oscura acompañada de una pequeña neblina fluía desde el paciente hacia ella, haciéndola sentir un poder incontrolable. A partir de ese día, cada trabajo de la doctora acababa con el robo del alma del paciente.

Un día bastante tarde se presentó en la clínica un nuevo paciente, Jesús. Jesús era un hombre nervioso, con auténtico pavor y terror a los dentistas. La doctora María intentó calmarlo en el trayecto desde la recepción hasta el sillón dental; ella sabía que este sería un trabajo muy diferente. Mientras empezaba el trabajo, María empezó a notar cómo la energía se acumulaba en la pieza dental, saldría como un torrente en el momento en que ella ejecutara su protocolo para la extracción. Una sensación de inquietud se apoderó de ella mientras hurgaba en la boca de Jesús.

Finalmente, llegó la hora de la verdad. María agarró fuerte la muela con los alicates de trabajo. Esta vez todo fue diferente. Mientras retiraba la pieza, una profunda oscuridad se apoderó de la sala, acompañada de un desgarrador grito que rompió el silencio de la tarde noche. Jesús, con los ojos fuera de órbita y una palidez mortal en su rostro, señaló con su dedo índice, acusadoramente, a la doctora María.

— Me has robado el alma —gritó el paciente, con una voz aterradora llena de miedo.

La doctora, asustada por el cariz que tomaban los acontecimientos, retrocedió asombrada por la reacción del paciente. Mientras la oscuridad se apoderaba de la sala, la doctora se preparaba para la batalla final. Las almas de los pacientes anteriores comenzaron a materializarse a su alrededor; eran figuras etéreas con rostros deformados por el dolor y la ira que sufrieron en el momento de su muerte. Las voces de los fantasmas llenaron el aire de la habitación con lamentos y acusaciones sobre la doctora. Las voces de los espíritus clamaban justicia por haber sido despojados de su identidad. María se encontraba en el centro de la espiral de espectros que la rodeaba, mientras luchaba por mantener la cordura, aunque la oscuridad que la rodeaba la estaba consumiendo. Si cedía en su lucha, acabaría siendo tragada por la oscuridad que había desatado con su acción.

Con decisión, la doctora invocó el poder que poseía por las almas que consiguió en su trabajo. Algunas almas intentaban defenderla, mientras otras intentaban atacarla para acabar con ella. Cada golpe que recibían sus defensores, la doctora se daba cuenta de que su fuerza disminuía, pero se negaba a ceder ante sus atacantes.

De repente, entre todas las apariciones, un alma enfurecida intentaba acabar con ella; era el alma de Jesús. Sus ojos brillaban con una fuerte intensidad, la más fuerte de todas y la más decidida a destrozar a la doctora; su voz sonó entre todos.

— Tu poder no es nada comparado con el nuestro. —gritó el alma de Jesús— Has desatado una fuerza que no puedes parar y ahora se volverá en tu contra, ja, ja, ja —resonaron las palabras del espíritu.

La doctora temblaba ante las amenazas del alma de Jesús, pero no podía ceder o acabaría muerta. Con todas sus fuerzas, la doctora atacó enfurecidamente el espectro de Jesús. El golpe que recibió fue de tal magnitud que un destello de luz iluminó la sala; las almas que todavía estaban en ella se dispersaron, volviendo a las tinieblas de donde no debían haber salido.

Cuando la luz desapareció, la sala de la clínica dental quedó en silencio. La doctora María estaba exhausta en el suelo, pero viva. Se incorporó poco a poco, apoyándose en una de las paredes. Estaba sola, pero ella ya sabía que la lucha estaba lejos de haber acabado.

Comparteix el contingut!

Go to Top