A Ana le robaron la niñez (IV)

2020-09-07T08:38:39+01:0007/09/2020|

Un día que Laura estaba tranquila le dijo a Ana:

-Te voy a llevar a un doctor que me ha curado a mí -cogieron un taxi y los llevo a Sant Boi.

Ana no sabía que era un manicomio. Los recibió un médico alto, rubio, con unos ojos azules impresionantes. Laura le contó que la niña por las noches lloraba y en sueños gritaba “no, por favor, no me pegues más” y que no entendía el porqué y que creía que la niña se había vuelto loca.

-Bien -dijo el doctor- le haré algunas preguntas a su hija y luego veremos. -El doctor le dijo a Ana que tenía que contestar a todo lo que le preguntara, pero Laura ya sabía cómo funcionaba eso y antes de entrar la amenazó si decía algo al doctor de lo que normalmente le hacía.

Ana estaba aterrada y temblando y no podía ni hablar. El doctor se dio cuenta de que la niña no contestaría mientras la madre estuviera presente. Dijo el doctor:

-Señora es mejor que salga mientras yo hablo con la niña -cuando salía de la habitación, y sin que lo viera el doctor, le hizo un gesto de cortarle el cuello.

El doctor le dijo que se quedara en la salita mientras hablaba con la niña, luego entró y se sentó junto a ANA y le dijo:

-Sé que no hablarías con tu madre presente, por eso la hice salir.

Ana acercó su boca al oído del doctor y le dijo:

-Ella está escuchando detrás de la puerta y si digo algo me mata.

El doctor en voz baja le dijo que no creía que estuviera escuchando, la niña asintió afirmativamente con la cabeza. El doctor se levantó pausadamente y abrió la puerta de golpe, y Laura cayó de morros al suelo a los pies del doctor, todo lo larga que era. El doctor llamó a un celador y le dijo:

-Acompañe a la señora a los jardines y vuelva con ella cuando yo se lo diga.

De esta manera, Ana pudo hablar libremente con el doctor y llorar mientras explicaba todo lo pasado con su madre desde que tenía uso de razón y le explicó también que una de las cosas que la mantenían viva era su deseo de aprender. Ana leía todo lo que le caía en sus manos, aunque por parte de su madre tenía prohibido leer, y eso le hacía ganarse más de una paliza. Ana sabía que el mundo era muy grande y le gustaba empaparse de todo y quería saber más y más y más.

La idea de Laura era meter a la niña en el manicomio y dejarla allí para siempre. Al volver del paseo con el celador por los jardines, la madre dijo al doctor:

-Supongo que se habrá dado cuenta de que esta niña está loca y yo tenía pensado dejarla aquí ingresada, que estará bien cuidada, porque a mí me cuidaron muy bien mientras estuve con ustedes. ¿Qué le parece que se quede, doctor? -preguntó la madre.

El doctor contestó secamente.

-Mire señora, su hija está perfectamente, solo necesita algunas vitaminas, ya que por su edad está desnutrida y raquítica. Le voy a recetar unos medicamentos y usted se los dará tres veces al día.

A Laura se le descompuso la cara, aunque intentó disimularlo. Viendo el doctor la cara de la madre y a la niña temblando de miedo sabía lo que le esperaba al llegar a casa. Por eso, le dijo:

-Laura, te propongo que la niña se quede conmigo y mi madre, la adoptaremos legalmente si tu aceptas y firmas los papeles necesarios.

El doctor era soltero y vivía con su madre. La niña les haría mucha compañía y traería alegría a la mansión donde vivían, le daría la mejor educación posible y todo lo necesario para su desarrollo. Laura se puso histérica.

-¡Yo no daré a mi hija a nadie, repito, a nadie!

-Señora, usted quiere encerrar a su hija aquí de por vida, y yo le propongo quedarmela en casa y adoptarla como una hija más y creo que es lo mejor para ella.

-¡Usted sí que está loco! -le grito Laura al doctor.

Cogió las recetas, llamaron un taxi y de un empujón metió dentro a la niña y no dijo nada hasta llegar a Sant Pol. En ese momento se giró y cogiéndola por los hombros, la sacudió. Con las recetas en las manos las hizo trocitos minúsculos diciéndole:

-Mira, mira bien lo que hago con tus medicamentos.

Al llegar a casa se puso como loca y le cayó la clásica paliza. Durante un tiempo, Ana recuerda que no recibió muchas palizas, pues su madre se marchaba a Girona a retozar con Ismael y se quedaban todo el día solos los hermanos y cuando volvía ya estaban durmiendo. No le preocupaba si comían o no. Pasados unos meses, la madre les dijo que se irían a vivir a Llavaneras, por supuesto con el amante de turno. Vivían en una planta baja con dos habitaciones, un salón, cuarto de baño y un patio que daba a una fábrica de tintes. El olor a veces era insoportable y el patio tenía que estar siempre cerrado. Laura le dijo a Ana:

-Tienes que ganarte la vida, que mi amigo no os va a mantener, pues no sois sus hijos.

Y la madre metió a la hija en una fábrica textil enfrente de la casa donde vivían y como era menor, pues era la madre la que cobraba la semanada. Pero aquí Ana no trabajó mucho tiempo, pues no llegaba a las maquinas, que eran enormes para una niña. Al salir de allí fue a trabajar a un taller de géneros de punto. Estaba bien, pues solo tenía que repasar la faena, pero al llegar a casa tenía otro trabajo: el amigo de su madre trabajaba en casa y ella tenía que ayudarle. Se acostaba a las dos de la mañana y se levantaba a las siete para ir al taller de géneros de punto. Un día comiendo, Andrés, que era el nombre del amigo de la madre, le dijo:

-Tu eres una niña, pero cuando crezcas un poco mas no podrás vivir con nosotros -Ana ya empezaba a tener formas de mujer- porque tú serás una mujer y yo soy un hombre y no creo que sea correcto.

Al poco tiempo, Andrés montó un taller con un dinero que recibió su madre de Alemania. Ana se fue a trabajar a una fábrica de juguetes. A Andrés, su taller le funcionaba muy bien, al poco tiempo la sacaron de la fábrica de juguetes y trabajó para él, su trabajo era hacer recados y cobrar a los clientes y llevar los papeles a los abogados. Durante este tiempo, Laura no pegaba a Ana para no dejarle huellas, para que él no lo viese y lo más importante trabajaba para “él”.

Continuará…

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