Navegando al paraíso

2020-10-20T09:35:26+01:0020/10/2020|

Mreyjnar, ciudad a 50 kilómetros al norte de El Aaiún, el sitio más cercano de Marruecos desde Fuerteventura. Un lugar rodeado de desierto, cerca del mar. Este es el lugar donde nació Abdel.

Abdel tenía 16 años y nunca se alejó de su pueblo más de 5 kilómetros, todo lo que necesitaba lo tenía en ese lugar. Pero ese año fue diferente, su amigo Adil llegó desde Francia y pasó varios días  con él, le explico lo bien que se vivía en Europa. Y le propuso que se fuera a Francia con él, él conocía a unas personas que le ayudarían a pasar el estrecho en una patera. Abdel no lo veía claro, él no sabía nadar y le daba mucho miedo lo que oía de los muertos en pateras. Pero con el paso de los días, Adil lo fue convenciendo, al día siguiente irían a hablar con ellos. Eran un grupo de marroquíes que a cambio de 3.500 € te pasaban el estrecho con un cayuco con poca gente para que no hubiera peligro para nadie, el problema es que Abdel no tenía los 3500 € como lo podría hacer?

Tomó la decisión y habló con sus padres, su madre no estaba muy de acuerdo, pero el padre sí. Al día siguiente, el padre fue al mercado de ganado a vender casi todo el ganado que tenían y consiguió 3800 €. Ya tenía para pagar el viaje de su hijo al paraíso que llamaban Europa, faltaba hablar con los encargados del transporte. Fue al día siguiente en un almacén viejo y destartalado del pueblo. La sorpresa para Abdel y su padre es que el precio del viaje era más de lo que en un principio dijeron: eran 4000 €. El padre suplicó y rogó que no tenían más de 3800 €, aceptaron a cambio de que cuando Abdel llegara a Europa y consiguiera dinero, pagaría 1000 € más. Eran mala gente, pero era la única solución.

Y al fin llegó el día. Saldrían a la madrugada del sábado al domingo, que no iluminaría mucho la luna y estaría todo más oscuro. Abdel tenía miedo, mucho miedo. Empezó a llegar gente, mucha gente. Lo que le prometieron de que serían pocos era mentira. Se acercó al que organizaba todo y le dijo que no era eso lo que acordaron y con una sonrisa burlona le contestó.

-No se preocupe el señor que le daremos camarote a proa jajaja. Si quieres subir, sube ya. Si no te quedaras aquí y no recuperaras nada de lo pagado.

Abdel subió y entre 75 personas se sentó donde pudo. Era horrible, se sentaban unos encima de otros. Empezó a temblar de miedo y a llorar. Zarparon con el cayuco y antes de dos minutos se cayeron dos africanos que estaban cerca del borde de la patera. Gritaban para que los recogieran otra vez, pero el viaje no tenía paradas ni esperas para nadie. A los 15 minutos de viaje, ya no se veía la costa de Marruecos, y sucedió algo inesperado y sorprendente para todos los pasajeros: el que se encargaba del viaje se lanzó al mar y empezó a nadar. Apareció una lancha que lo recogió y los dejó a ellos a la deriva. Estaban a merced de las olas y nadie sabía cómo dirigir la cáscara de nuez que era el cayuco. La oscuridad era total y solo se oían llantos.

Después de unas horas de viaje, el olor era nauseabundo. Todo se lo hacían encima. A Abdel le vomitaron varias veces encima y los orines corrían por el suelo en todas direcciones. Las olas empezaron a ser más bravas y el pobre Abdel vio caer a varios ocupantes más al agua, que con los gritos se ahogaban y acababan hundidos en el fondo del océano. Llevaban muchas horas y por lo menos tenían 10 personan menos en el cayuco.

Las olas ya inundaban parte de la embarcación y el muchacho solo temblaba y gemía, tenía muchísimo miedo, sobre todo cuando el que se sentaba más cerca de él no pudo resistir y su corazón dejó de latir. Un fuerte golpe del mar hizo que cayeran más ocupantes al agua y veías el horror en sus ojos antes de hundirse para siempre en el fondo del embravecido mar.

Nunca sabría como pasó lo siguiente: el joven Abdel salió disparado de la embarcación y cayó en las frías aguas. Empezó a gritar que le ayudaran, chillando como un niño asustado y dando brazadas para intentar seguir a flote, pero sus pulmones estaban llenos de agua y los ojos dejaron de mirar a la barca y se perdieron en el fondo del mar. No pudo ni pensar en sus familiares. El famoso paraíso europeo no lo vería jamás.

Unos días después, la embarcación fue encontrada a la deriva con solo cuatro supervivientes que pudieron contar lo sucedido y explicar al padre de Abdel como fue el final de su hijo. Cuando el padre escuchó lo ocurrido dio un grito y con en pequeño cuchillo que sacó del bolsillo de la chilaba se cortó la yugular y se fue a reunir con su hijo.

Miles de personas se juegan la vida en el mar en busca de un futuro mejor. Desgraciadamente, muchas son engañadas con la promesa de un “paraíso” que no existe. Esta historia no es más que un ejemplo de lo que ocurre. 

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