Nuevo entrenador

2021-11-01T10:15:45+01:0001/11/2021|

Las luces del campo ya estaban encendidas, los muchachos llegaban poco a poco, la alegría y felicidad se reflejaba en sus caras, los gritos para saludarse se escuchaban a lo lejos.

—Hola, Juan.

—Hola, Jesús.

—Hola, Andrés.

Uno a uno se saludaban todos, el correspondiente choque de manos entre ellos, reflejaba el buen rollo que existía en este equipo, un equipo de barriada, todos se conocían y una madre traía a varios y otra madre o padre se los llevaba hasta su casa.

De esta manera, en los dos días a la semana de entrenos y otro día de partido, todo eran sonrisas. Hoy era diferente, el entrenador de los dos últimos años se despedía y les presentarían al nuevo.

Antonio, el entrenador que se marchaba, les dio una charla para despedirse de ellos y se le saltaron las lágrimas cuando los 20 chavales lo empezaron a aplaudir mientras le daban un regalo comprado entre todos los padres y madres.

El nuevo entrenador se presentó a los muchachos.

—Buenas tardes, soy Manuel y seré su entrenador. Espero que todos tengan la suficiente disciplina para acatar todas mis órdenes. Aparte de entrenador soy fisioterapeuta y los que tengan más desgaste en los partidos pasarán por mi casa y les daré masajes relajantes, será como un premio al esfuerzo que hagan sobre el campo. Nada más, empecemos el entreno.

Los chicos se esforzaban al máximo, querían impresionar al entrenador y que los pusiera de titulares, sudaban muchísimo y se refrescaban con la botella de agua que les daba el entrenador.

Cuando acabó el entreno, el míster los reunió en el centro del campo.

—Número 8, ¿cómo te llamas? —preguntó.

—Miguel, míster —contestó el chico.

—Número 22, ¿y tú como te llamas?

—Antonio, entrenador—dijo el chico tímidamente

—Mañana, como premio a vuestro esfuerzo, pasaros por mi consulta que os haré un masaje para que los músculos estén relajados, que habéis hecho un gran esfuerzo.

Los dos chicos salieron del entreno y les explicaron a sus padres el premio que les dio el entrenador y que mañana tenían que ir a su consulta después del colegio para un masaje.

Los chicos se sintieron importantes y a todo el mundo lo explicaban, al día siguiente al salir del colegio los dos se dirigieron hacia la dirección de su entrenador.

—¿Antonio, estás nervioso?—pregunto Miguel.

—Mucho —contestó Antonio.

Llegaron a la consulta, llamaron tímidamente a la puerta.

—Adelante—se escuchó desde el interior.

—Buenas tardes, chicos, ¿qué tal estáis?

—Bien —contestaron los dos al unísono.

Pasaron uno primero y luego el otro.

—¿Quién quiere empezar? —preguntó el entrenador.

—Yo —contestó Miguel.

—Vamos a empezar, tu Antonio espérate en la sala leyendo o haciendo deberes si tienes. Miguel quítate la ropa y túmbate en la camilla—ordenó el míster. Miguel era muy vergonzoso y accedió a regañadientes, su pudor le impedía mostrarse natural, empezó el masaje untándose aceite en las manos, frotándole poco a poco todos los músculos del cuerpo, donde más incidía era en las ingles, estuvo más de media hora en manos del entrenador.

—Adelante Antonio, te toca a ti.

No era tan tímido como Miguel y no le costó nada desnudarse delante del masajista.

—Túmbate boca abajo —las manos del experto masajista relajaron mucho al chico, casi se quedaba dormido. Las manos se explayaron con las ingles también, hasta alguna vez frotaba levemente el pene del muchacho.

—Ya estamos por hoy, podéis marcharos.

—Gracias míster —contestaron los dos.

Al día siguiente, en el entreno, explicaron a todos lo bien que estaban después del masaje. Al final del entreno, otra vez todos al centro del campo.

—Mañana pasarán por la camilla de masaje Antonio y Juan.

Otra vez le tocaba a Antonio, otra vez volvió a suceder lo mismo, mucho rato de masaje y varias veces rozo el pene del muchacho.

De esta manera, cada semana Antonio pasaba por la camilla de masajes, y los roces en sus partes íntimas cada vez eran mayores. Un día, el míster le regaló 100 € a cambio de que no se dijera a nadie,

—Ponlo en tu hucha que te voy a regalar también —y le dio una hucha de lata. Cada semana le daba algún dinero para la hucha a cambio de su silencio, dinero para él, pero que no se lo dijera a nadie.

Pasados varios meses de la primera vez, un día estando en la camilla, el entrenador sin ningún tipo de reparo le acaricio las partes íntimas. El chico se levantó y le dijo:

—Voy a contarle a mi padre lo que acabas de hacer.

—Si le cuentas esto a alguien yo diré que me has robado dinero —respondió el monitor— ¿y como explicarás todo el dinero que tienes en la hucha? —dijo con una sonrisa en la boca.

El chico salió de aquel lugar casi llorando, pero no podía explicarle a nadie lo sucedido, lo acusarían de ladrón.

Esto duró un tiempo, el chico empezó a faltar a entrenos y a partidos, excusándose en centrarse en los estudios, las llamadas del entrenador eran diarias al chico y a su padre.

—El equipo lo necesita, es el mejor— después de cada partido o entreno siempre salía su nombre para pasar por los masajes. Ya no podía más, era un llanto diario, no quería ir, pero no se podía negar.

Un día escribió aquella nota explicándole a sus padres por qué iba a hacer lo que tenía pensado.

Dejó la nota encima de su mesita y salió con rumbo al final.

El padre llegó ese día pronto y fue a saludar a su hijo, encontró la nota y la leyó. Ya sabía donde estaría, en un lugar que le encantaba y siempre quería ir, unas rocas al final del puerto con un gran precipicio.

El padre llegó antes que él. Cuando llegó Antonio se encontró a su padre esperando, lo vio y lo abrazó fuertemente y lloró desconsoladamente.

—No llores hijo, esto se solucionará hoy, vamos al centro de masajes.

Antonio entró como si nada, mirando fijamente al masajista.

—Necesito un masaje.

La sonrisa del masajista ilumino toda la sala.

—Desnúdate y túmbate —ordenó. El chico obedeció y cuando el masajista empezó con las caricias íntimas, de una patada la puerta cayó al suelo, tres policías y el padre entraron y detuvieron al pedófilo disfrazado de entrenador. Antonio lloró largamente en brazos de su padre, que solo le repetía.

—Nunca calles nada, estoy para que no te pase nada malo en la vida.

El entrenador fue castigado con 15 años de prisión.

Antonio acabó siendo profesional del futbol y su padre le acompañó a todos los partidos y entrenos.

Comparteix el contingut!

Go to Top