48 horas en urgencias

2022-04-25T18:11:57+01:0025/04/2022|

Relato real en primera persona.

9:30 horas de la mañana, con signos de cansancio y fatiga, me dirijo a la recepción de urgencias del hospital.

—Buenos días, ¿qué le sucede?

Primer momento comprometido, si está para la recepción de los enfermos, y no puede solucionar, para qué pregunta, al final me enviará a la “sala de triaje”como a todos.

—Señor Hilario Marín, pase a la puerta de “triaje”.

Se escucha por megafonía.

Una vez dentro la misma pregunta.

—¿Qué le sucede? —Aunque esta vez si tiene sentido, me evaluará y sabrá si tiene que dar prioridad.

Le explico mis síntomas y me envía de regreso a la sala de espera. Aproximadamente una hora después suena por megafonía “Enrique García”, justo la persona que entró después que yo. Lo encuentro lógico, él va a una especialidad diferente que yo. Cinco minutos después suena mi nombre.

—Hilario Marín.

Una agradable enfermera me está esperando en la puerta para entrar en urgencias.

—¿Qué tal, señor Hilario?

—No muy bien, si estoy aquí la verdad —intento ser tan simpático como ella.

La diligente enfermera me acompaña hasta un box, lugar dónde pasaré las próximas 24 horas.

Varios doctores y enfermeros me visitan, unos para tomarme las constantes y otros para averiguar cuál es mi mal. Uno de ellos, cirujano, decide que llegó la hora de las torturas, informando al enfermero de las pruebas que se me tienen que realizar.

La primera tortura -de gran ayuda para solucionar mi problema de salud-: una sonda nasogástrica (creo que se llama de esta manera). Mientras te efectúan esta prueba es como si estuvieras en una montaña rusa, pero acordándote de los familiares del que la practica. En mi caso fue Jordi Correa. Costó lo suyo, después de varios intentos al final lo consiguió (tiene mucho mérito, los pacientes no solemos colaborar mucho en este tipo de pruebas). Tengo que confesar que la última vez que lloré de esa manera fue el primer año que los reyes no me trajeron nada.

Volvió otra vez uno de los primeros doctores y con una gran corrección me pidió que me pusiera en posición fetal lateral (pienso que se llama de esta forma, tan indecorosa posición) supongo que para evaluar mis problemas. Una vez acabado, salió del box (no pude ver su cara, si era sonriente o con cara de profesional de la medicina). La dichosa prueba la tuvo que repetir otro doctor. Entre pruebas, el amigo Jordi (ya casi lo consideraba un amigo a pesar de sus torturas) se acercaba al box para volver a tomar las constantes y todo estaba correcto.

En una de esas visitas pude charlar un momento con él. Es hijo de Calella, pero actualmente vive fuera de aquí. Ya era media tarde y empieza el baile en la discoteca.

Una criatura de pocos años no para de chillar “no quiero, no quiero” y la madre en el pasillo era un manojo de nervios. Los enfermeros y auxiliares consiguieron calmar al chico y realizarle la prueba que necesitaba, la tranquilidad parecía llegar a urgencias. Qué equivocado estaba.

—Enfermera, enfermera —una persona mayor gritaba contínuamente -supongo que desconocía el funcionamiento del timbre de llamada- al personal sanitario, que acudía lo más rápido posible a la llamada. Una vez comprobado que no sucedía nada anormal, volvían con el resto de usuarios.

—Enfermera, enfermera —volvió a gritar, desconozco por qué se refería en femenino y no en masculino.

Ya vemos otra vez a Jordi y sus compañeros acudir a la llamada angustiosa del paciente, la clásico comprobación que estaba todo correcto, y a seguir.

—Enfermera, enfermera —durante bastante rato fue la música ambiental de la sala.

Nos acercamos a las 8 de la tarde, hora del cambio de personal que cuidan a los ingresados por urgencias.

Antes de marcharse, Jordi pasó a desearme buenas noches, le pregunté:

—¿Cuándo regresas?

—El martes, el lunes descanso después de unas jornadas maratonianas del fin de semana.

Le deseo buen descanso y le comento que espero no estar cuando regrese. Pasados unos minutos de las 8 entra en el box otra encantadora persona.

—Buenas noches, soy Lorena, la enfermera de noche, cualquier cosa que necesites me llamas, por favor.

Nos acercamos a las 10 de la noche y empieza el nuevo baile. Nuevo grito.

—¿Qué pasa, nadie me escucha? Tendrían que poner claramente el funcionamiento del timbre —gritaba un paciente el box contiguo al mío.

Lorena y otros compañeros se acercan a ayudar a esa persona.

A pesar de toda la corrección y educación de los sanitarios, el paciente seguía chillando. Un doctor pidió que le realizaran una prueba de alcohol y drogas, estaba muy alterada esa persona y no pensaba acceder a ninguna prueba.

—Solo tomé alcohol —gritaba a los enfermeros y auxiliares— solo tomé alcohol, no sabéis tratar a la gente, ¡no tenéis mano izquierda!

Los gritos eran claros, ninguna prueba se pensaba hacer.

Después de muchos gritos, los sanitarios decidieron avisar a seguridad. Dos miembros intentaron dialogar durante bastante tiempo con el personaje, al final casi consiguen que se calle, pero fue un espejismo, una vez se marcharon los de seguridad volvió.

—Quiero una pastilla para dormir —era el nuevo grito. Ya eran casi las dos de la madrugada y los gritos resonaban en todas partes.

—No te podemos dar una pastilla para dormir si no sabemos lo que te tomaste —dejaban bien claro Lorena y sus compañeros.

No se cómo lo consiguieron, pero al final se calló y pudimos descansar.

Lorena me confirma que por la mañana me vendría a buscar una ambulancia para llevarme al hospital de Mataró para realizarme más pruebas.

Acabada su jornada laboral, Lorena pasó por todos sus pacientes para despedirse de ellos, igual que anteriormente hizo lo mismo Jordi.

A las 9 de la mañana, como predijo Lorena, una ambulancia me recogía para llevarme a mi nuevo destino, urgencias de Mataró.

Me encantó sentir la tibieza del sol en mi rostro, después del tiempo que estuve en un box cerrado.

Varias ambulancias llegamos al mismo tiempo. Aunque lo mío estaba programado, igualmente tuve que hacer cola para entrar, a estos sitios siempre hay que ir sin prisas y yo no tenía ninguna.

Nuevos tubos entraron por mi cuerpo, esta vez por la boca y con una cámara mirar mi interior, desde las 9:30h en espera y aproximadamente a las 14:30h ya tenía las pruebas efectuadas.

Más que una visita a urgencias, lo mío fue lo más parecido a un tour turístico por esta zona. Estaban tan desbordados que me tuvieron que cambiar hasta siete veces de lugar, unas veces en box, otras en pasillo, tuve para todos los gustos.

Por supuesto, aquí también tenían baile. Mossos controlando a un amigo de lo ajeno, que se lesionó (me sentí un poco discriminado, él tenía su box y le dieron de comer cuándo lo reclamó, aunque anteriormente rechazó la cena). Una señora con muchas marcas encima -parecía la Victoria Beckham- no estaba dispuesta a esperar por ver a su familiar ingresado por urgencias, se saltó todos los protocolos posibles y para el box donde estaba su familiar que se introdujo, y los vigilantes de seguridad detrás de ella.

Esa persona no atendía a razones, incluso tuvo la osadía de pedirle el nombre a uno de los vigilantes para denunciarlo, obviamente el de seguridad se negó. Si quería algún dato, tenía su número de placa.

No hubo violencia física, pero violencia verbal de la mujer mucha y gran escala.

Poco a poco se fueron despejando los pasillos y yo esperando una ambulancia para regresar a Calella. La espera creo que fue de récord Guiness, estuve esperando hasta 10 horas para que me recogieran.

Supongo que hasta el santo Job hubiera perdido la paciencia en mi situación. A las dos de la mañana llegaba al sitio de partida, hospital de Calella. Verdaderamente, me siento relajado cuando veo el campanario iluminado y la luz anaranjada de las farolas del parking.

Apago la luz y cierro los ojos. Los fantasmas de la noche vienen a visitarme -no eran los fantasmas, era un enfermero a tomarme las constantes-.

Sirva este relato como un pequeño homenaje a todos los Jordis y Lorenas silenciosos que cuando entremos en un hospital nos cuidan y muchas veces aguantan nuestro mal humor, sin tener ellos ninguna culpa.

Jordis, Lorenas, no cambiéis nunca, sois grandes profesionales y grandes personas. Hasta aquí mis 48 horas en urgencias.

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