El mecánico

2025-01-13T16:13:40+01:0013/01/2025|

El pueblo era pequeño, pero muy conocido por su taller de automóviles, un lugar rodeado de montañas y carreteras serpenteantes llenas de curvas. Aquel taller, bautizado simplemente como “El Taller de Andrés”, tenía una reputación que traspasaba fronteras. Lógicamente, su propietario se llamaba Andrés.

Andrés era famoso por una habilidad casi sobrenatural para reparar todo tipo de vehículos. No importaba el daño: si alguien llegaba con un motor agonizante o con fallos eléctricos aparentemente irreparables, unas horas después el coche salía del taller como nuevo. Pero detrás de esa destreza, Andrés esconde un oscuro secreto. Un secreto que hacía que algunos clientes nunca volvieran después de la “última reparación”.

Andrés no reparaba los coches: los condenaba.

Era un hombre solitario, de manos ennegrecidas por el aceite de motor y unos pequeños ojos que apenas parpadeaban. Había algo inquietante en su forma de mirar a los clientes mientras hablaban de sus vehículos, algo que ponía los pelos de punta. Algunos decían que tenía una risa fría; otros aseguraban que nunca lo habían visto sin una capa de grasa cubriendo su piel. Sin embargo, lo que nadie sabía era su macabra afición: preparar coches para convertirlos en trampas mortales.

Todo comenzó hace años, cuando Andrés trabajaba en una ciudad para una gran empresa automovilística. Allí, sufrió el desprecio de sus compañeros y la constante presión de sus jefes, quienes lo humillaban por su obsesión con los pequeños detalles y su incapacidad para trabajar en equipo.

Un día, un accidente en la fábrica dejó a tres compañeros muertos. La investigación concluyó que la tragedia había sido causada por un fallo en la maquinaria, pero Andrés sabía la verdad: él había manipulado los controles para que sucediera. En ese momento, se dio cuenta de que le excitaba poder decidir sobre la vida y la muerte.

Tras el incidente, huyó al pequeño pueblo, lo suficientemente alejado para escapar de cualquier sospecha. Allí abrió “El Taller de Andrés”, donde perfeccionó su habilidad para arreglar vehículos que parecían impecables pero que, después de unos kilómetros, fallaban de manera fatal.

Una noche fría, llegó al taller Eloy, un joven que conducía un viejo turismo con su hija dormida en el asiento trasero.

—El coche hace un ruido extraño —le explicó Eloy con preocupación—, temo que pueda fallar durante el viaje que tenemos planeado mañana.

—Por supuesto, puedo echarle un vistazo —respondió Andrés con calma, mientras indicaba a Eloy que esperara en una pequeña sala llena de herramientas oxidadas.

Andrés trabajó en el coche. Bajo el capó, ajustó una pequeña válvula que fallaría después de 150 kilómetros, provocando un accidente mortal.

—Todo listo, el ruido desapareció. Puede viajar sin problemas —le dijo al entregarle las llaves.

—Gracias, señor Andrés. No sé qué haríamos sin usted.

Andrés observó cómo el turismo se alejaba, sabiendo que en pocas horas el coche se convertiría en una trampa mortal.

Cuando un coche salía de su taller, Andrés se sentaba en la oscuridad, escuchando las noticias en la radio local. Cuando anunciaban un accidente mortal, él se dirigió a una escondida y sucia habitación con las paredes cubiertas de fotos de coches destrozados. Cada fotografía era un trofeo de su siniestro trabajo.

Pero una noche, todo cambió. Un conductor que había sobrevivido a uno de sus “arreglos” se volvió furioso al taller.

—¡Eres un inepto! ¡Tu arreglo casi me mata! —gritó el hombre, lleno de rabia.

Andrés, con una calma escalofriante, lo apuñaló con un destornillador oxidado. El cuerpo nunca fue encontrado.

Días después, llegó al taller una joven con una solicitud aparentemente inocente.

—Mi coche tiene problemas con los frenos. ¿Podrías revisarlos? —preguntó con una sonrisa.

Mientras Andrés trabajaba en el vehículo, algo en la mirada de la joven lo inquietó. Se sintió observado.

—Todo listo, los frenos están como nuevos —dijo al entregarle el coche.

—Gracias, Andrés. Seguro que hiciste un trabajo impecable, como siempre —respondió ella.

Pero antes de que el coche pudiera salir del taller, tres vehículos policiales bloquearon la puerta. Una cámara escondida en el coche había grabado todo lo que Andrés había hecho.

Al darse cuenta de que no podía escapar, Andrés tomó una decisión desesperada. Se colocó bajo una prensa hidráulica y activó la maquinaria. Su cuerpo quedó completamente destrozado.

Hoy en día, el taller de Andrés permanece abandonado. Algunos habitantes del pueblo aseguran escuchar, en las noches más oscuras, el rugido de un motor que nunca se apaga. Otros juran haber visto un destello de luz en el sótano, como si alguien todavía estuviera reparando coches.

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