Rabo de toro

2024-01-01T20:00:36+01:0001/01/2024|

Era uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, el restaurante Lúbar. Lleva muchos años abierto, sus clientes son personas influyentes en los sectores que trabajaban.

Cuando entrabas por primera vez al restaurante, te quedabas asombrado por tanta belleza en un local: su sofisticada y refinada decoración, con muebles de gran valor tanto económico como sentimental, la tenue iluminación lo hacía más interesante y romántico para sus visitantes, todo en general creaba una atmosfera muy íntima.

La música de fondo, suave y relajante, te transporta al Milán de los 80. El olor que desprenden los platos servidos por los camareros te hace tener la obligación de sentarte a alguna de sus mesas, una vez que atraviesas sus puertas estás seguro de disfrutar una experiencia gastronómica sin igual.

A través de un ventanuco, se podían ver los diferentes cocineros con sus uniformes blancos, acompañados de sus gorros de chef, preparando sus platos. Se podía distinguir por lo menos a ocho cocineros en pleno servicio de comidas. Entre ellos, por su altura y por las dotes de mando que tenía, se podía distinguir a Eduardo.

Eduardo es el jefe de cocina principal, él da todas las órdenes a todo el grupo, y lo más importante, se encarga personalmente de realizar algunos platos especiales que pedían los clientes.

Eduardo era un apasionado de la comida, siempre estaba buscando nuevas formas de impresionar a sus clientes.

Él personalmente era el único que realizaba un plato especial, “Rabo de toro al vino tinto”.

Pocos clientes lo pedían, pero cuando esto sucedía, Eduardo se marchaba de la cocina principal y se dirigía a una más pequeña para realizar el pedido.

Cuando estaba trabajando en la pequeña cocina, nadie podía entrar en ella. Entre las cuatro paredes, se escondía un secreto que nadie conocía, pero hoy se descubriría.

Llegaba al restaurante una clienta habitual; nunca antes había pedido el plato, pero hoy le apetecía probar el famoso “Rabo de toro al vino tinto”.

La comanda llegó de forma usual a la cocina, Eduardo recogió el papel y se dispuso a realizar el plato en su particular cocina.

Extrajo de diferentes estantes todo lo necesario para realizar el plato.

Ese plato tenía algo especial, nunca ningún cliente volvió para quejarse del plato realizado por Eduardo. Ni del plato ni de ninguna cosa sobre el restaurante.

Mientras Ana degustaba el famoso plato, comenzó a sentirse mal. Eduardo estaba mirando desde una de las ventanas que daban al comedor principal: Ana empezó a toser y vomitar. Los demás comensales, al darse cuenta de lo que sucedía, llamaron a las ambulancias.

Los sanitarios llegaron acompañados de la policía, atendieron a la paciente y salieron raudos hacia el hospital custodiados por la policía.

Al día siguiente, la policía llegó al restaurante, esposando y arrestando a Eduardo, acusado de envenenar a sus clientes. La policía recibió los informes de los análisis efectuados a la paciente, con una clara sentencia: había sido envenenada con algún producto de la comida. Después de mirar más casos similares, descubrieron que varias personas habían fallecido después de cenar en el restaurante Lúbar y todos cenaron “Rabo de toro al vino tinto”.

Todos tomaron la cantidad de veneno para fallecer en menos de 24 horas, pero esta vez al plato de Ana se le fue la mano con el veneno haciendo su efecto mucho antes.

Las preguntas del interrogatorio fueron directas.

—¿Por qué asesinaba a sus clientes cuando pedían ese plato?

—Estoy en contra de las famosas corridas de toros y, que alguien me pidiera este plato, me producía repugnancia y asco, me veía obligado a acabar con sus vidas —Eduardo fue sentenciado a diez años por cada una de las personas que fallecieron por los efectos del veneno en los platos del restaurante.

Poco después del suceso de Ana, el restaurante cerró definitivamente sus puertas.

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