Apagón traumático
Todo sucedió un día cualquiera. Mari Luz estaba plácidamente viendo la televisión mientras empezaba a cocinar. Se entretenía echando un ojo a las novedades de Facebook, tomándose una copita de vino, cuando de pronto… ¡Pum! Se fue la luz.
Al principio pensó que sería algo de cinco minutos, diez como mucho. Qué equivocada estaba. Pasaron más de catorce horas: sin luz, sin internet, sin Netflix, y por supuesto, sin poder cargar el móvil. Fue como si hubiéramos regresado al año 1800.
Cuando se acercaba la noche, la oscuridad lo envolvía todo. Mari Luz, con su móvil al 10% de batería, usaba la linterna como si fuera una exploradora perdida en la selva. El microondas estaba muerto, la nevera empezaba a sudar por dentro… y Mari Luz también. Y todo en un silencio espeso, ese maldito silencio que parecía apagarlo todo. Lo peor: ni rastro del wifi.
Sobrevivió aquella noche con la única luz de una pequeña vela que encontró detrás de un cajón de cubiertos. Y decidió que eso no volvería a pasarle nunca más.
Al día siguiente, aún con el trauma fresco, fue a comprar una linterna. “Por si acaso”. Al otro día pensó que una no era suficiente, así que compró otra. Para completar su kit de supervivencia, se hizo con una radio a pilas. “Para estar informada en caso de otro apagón”, se dijo.
Por si acaso sucedía otra vez, se preparó bien: compró una linterna de cabeza, otra de carga manual, otra con carga USB… Con todas las que acumuló, podría iluminar un estadio de fútbol.
Una semana después del fatídico apagón, Mari Luz ya no recibía saludos, recibía paquetes. El cartero ya la trataba de tú, y la directora de la tienda online donde compraba le mandaba cartas de agradecimiento. Mari Luz acumulaba radios como si estuviera montando un museo de tecnología analógica.
—¿Mari Luz, de verdad necesitas una radio que capte señales de submarinos rusos? —le preguntó un amigo.
—Nunca se sabe —respondió, mientras se colocaba una linterna en la frente para cruzar la calle.
Con el tiempo, su casa se transformó en un pequeño cuartel, con radios por todas partes. Las noches eran más brillantes que el día. Pero al menos, si algún día regresaba el apagón, Mari Luz estaría preparada.
A pesar de su buena intención, algunos amigos empezaron a preocuparse por su obsesión. Intentaron hablar con ella.
—Mari Luz, entendemos que el apagón fue traumático… pero ¿no crees que lo estás llevando demasiado lejos?
—Solo quiero estar preparada —respondió.
—Pero tienes más linternas que una tienda…
—La preparación nunca está de más.
Con el tiempo, Mari Luz encontró un equilibrio. Mantuvo un kit básico de emergencias y empezó a dar charlas en escuelas sobre la importancia de estar preparados. Ya no compraba linternas compulsivamente, pero siempre llevaba una en el bolso y una radio en la mochila. “Por si acaso”.